CENIZAS DE PLUMAS

En la densa penumbra, el resplandor del fuego iluminaba las hojas secas que reposaban en el suelo. Un color negruzco en medio del pasto indicaba el camino por donde habían pasado las ardientes llamas. En la distancia de aquel entramado lugar, se alcanzaban a percibir unos sollozos de agonía de un cuerpo incandescente, tirado en su nido esperando la muerte.

El fuego le había calcinado por completo; con apariencia ya de carbón enrojecido, sus garras solo lograban enterrarse en la tierra en señal de dolor. Un temblor discreto y constante vaticinaba el fin de ésta solitaria criatura y luego de unos minutos, el fuego cesó. Todo quedó en silencio, estático, y oscuro.

Esa silueta carbonizada y apenas distinguible de la maleza, empezó a desmoronarse con la leve brisa; mientras caían finas capas de ceniza, algo pequeño en el interior aún parecía conservar vida. De repente, el trozo de carbón encendido enderezó su figura, lentamente tomó forma y se puso firme. Pasados unos minutos y con la mirada radiante, aquella majestuosa ave nuevamente desplegó sus alas. Le llamaban fénix.

Autor: Maria Clara Betancur Castrillon