Barullos
metálicos provenían de todas las direcciones atestadas de público y cosas
parecidas. La polifonía sucumbía en una estridencia feroz, sólo aplacada por el
peso sensorial del olor a mierda concentrada, cristiana, pisada y repisada por
zapatos mayormente desamarrados y roídos. Yo sin zapatos en mis sábanas de
sacol veía transfigurándose en sus rostros la penumbra del final del día, la
tempestad carcomiéndoles las heridas que ya no dolían. Décadas transcurridas en
4 horas de bazuco llenaban la memoria de alucinaciones ajenas.
Había
caído en la locura cínica y pretendía quedarme hasta poderme saciar,vaciándome.
Era uno más entre la chusma. Sí, ese espíritu egoísta no logra depurarse. Sin
embargo, allí estaba escribiendo sobre la multitud maloliente, que es lo único
que me queda. Mujeres, niños, viejos beodos o viceversadeambulan por entre este
basurero (para un yuppie como yo) soslayándose de todo lo terreno salvo para
comer y meter.
Las
noches enfriaban las edificaciones a medio hacer o completasagrietadas por
vegetaciones emprendedoras.Tumbado en ese rescoldo del alma, materializada en
un poste inclinado sin luz, prendí un rollo de papel con vida adentro y pensé
en Dios mirándome. Levanté la mirada y sonreí a la Providencia nula que me
sobrevolaba y me hundía simultáneamente.
¿Quién
dosificaría el oxígeno? Pensamientos ociosos me llegaban al pensamientomientras
pensaba en unperro caliente dos cuadrasabajo. ¿Qué suena? Disparos al aire… Disparos al aire
contenido en los pulmones de uno, primero cerca al corazón y luego en el centro
del pecho. La violencia con su justicia nos ha sometido inexorablemente a la Razón.
Los compañeros se inclinaron a desnudar al gato de sus ropajes, de algunas
moneditas y considerable cantidad de
vicio. Me abalancé al más débil, me llevé lo mío y salí a correr. Otros simplemente
se tumbaron a pocos pasos. Prendieron sus mecheritos.
No
quedaba un solo semoviente humano. Fue entonces cuando comencé a cantar las
canciones tristes de la radio. Ingratos recuerdos que embalsaman lo poco que
aún quedaba para amar como amuleto. La noche fue propicia, el silencio se
apoderó de todo. Me tendíal costado de un parque repleto de chatarra sin
reciclar. Entre ellas me senté y recosté mi cabeza sobre una forma indefinida
metida en un forro. Era una máquina de escribir.
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