miércoles, 25 de marzo de 2015

AÑORANZAS DESDE MI CASA-TUMBA

Solía medir el parangón entre la pompa de blanco, monumental y barroco del panteón de los cementerios con el mismo glamoroso frente igualmente blanco de la casa de mi madrina, a donde iba acompañar a mi madre tomado de su mano. _”…porque si algún día yo falto, ahí le queda su madrina mijo!”...Me lo recordaba con toda esa majestuosidad que requieren carácter sumiso y de estricta obligatoriedad, como mandan los sacramentos y las ceremonias formales. Entonces como nunca extrañaba yo tanto el calzoncito corto ligero de estar en casa, descalzo y descamisado bañado por el calor sofocante.

Entraba y salía mil veces apurado sin razón, autoapostando carreras de mi casa a la tienda y otra vez de regreso cada vez que me mandaban por “un sobre de carta y un envelope” o por “ medio cuarto de manteca” o por “dos cucharones de leche”, con el contundente:” …y espera el vuelto”. Yo mismo me conducía imitando con el flameo del compás de mis labios el ruido apabullante del enérgico motor de mi “carro”. Deseaba como nunca cambiar la visita mensual acartonada y tediosa donde mi madrina por esta cotidianidad descomplicada de barrio polvoriento.

Pero mi tarea seria era mirar los quehaceres de los cadáveres en sus ataúdes en cada velorio al que asistía como edecán de mi madre. ¿ Cómoestará su cara después de muerto?... ¿Podré verlo de cuerpo entero?... me preguntaba si el féretro estaba cerrado; todo porque aspiraba averiguar más de lo que me habían contado, y hasta poder conversar con mi padre fallecido cuantas veces me llevaran a visitar su tumba. Muchos años después me acordé  del impactante ínterin que revelaba lo irónico de mi existencia: mi mujer anunciaba la cena desde el comedor justo cuando me disponía a asegurar la puerta que daba a la terraza. Cuando me dispongo a correr el pasador me detengo un instante, miro al horizonte y descubro con horror una tétrica realidad nocturna que aún me agobia: nuestra vivienda estaba cercada por cruces que emergían de las tumbas vecinas.


FIN

Autor: Edgar Piña de San Marcos

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