4:30 am -¿Por qué tengo que levantarme tan temprano?, dice John. Más tarde siente su cara
húmeda, es Ringo, su perro, quien sabe que debería estar despierto hace 23 minutos. Se
levanta de su cama, se baña, se viste, desayuna y que no falte el cigarro. Sale como un
trueno de su casa. “¡John!, ¿qué pasó con el pedido que te encargue ayer?”, dice su jefe.
“¡Don Diego, es que tuve un problema con el sistema, pero ahora me encargo, no se
preocupe!”. Entre más bajas que altas transcurre su día. Su mayor satisfacción ocurre
cuando finalmente vuelve a casa, ¡hola Ringo, amigo mío!, le da comer, y luego de una
larga siesta se van a dar su acostumbrada caminata nocturna. Llegan al mismo morro, que
parece perderse entre las oscuras nubes; el mismo camino, infinito e inquisidor; ven la
misma luz en la cima, y claro, Ringo lazándole ladridos. Se encuentran con el mismo
anciano: alto, desgarbado, cabello blanco y un olor familiar a cuscas de cigarrillo. ¡¿Qué
será esa luz?, siempre la veo ahí pero me da miedo subir, ¿por qué no vas y miras?! Le dice
el anciano. A John, que también le ha inquietado decide investigar, aunque siempre pensó
que no se trata más de algún vicioso o pareja que desea privacidad. Al llegar a la cima no
ve nada, enfadado y decepcionado patea una roca y resbala unos metros abajo, cuando se
levanta, nota una protuberancia inusual en el suelo, cubierta de hojas de pino rojo, Ringo no
deja olfatearla. Gran sorpresa se lleva cuando al abrirla está llena de reliquias de oro, pero
lo que más lo perturba es la extraña similitud que él tiene con el anciano, pareciera que lo
único que los diferenciara es 45 años.
Autor: Juan Miguel Mesa Soto
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