miércoles, 25 de marzo de 2015

Tonada al agravio de la tarde

Bella y pálida, como cada atardecer, iba ella de regreso a casa. A su espalda, la
montaña despedía las últimas horas de sol y a sus pies el suelo fértil dibujaba
memorias entre las nacientes sombras.

Sus labios temblaron para hablarle al hombre de cada noche, aquella silueta
trémula que ya se avistaba en el horizonte junto al nido del gorrión, verdugo que
en blanco tul habría desposado cuando sus ojos aun podían brillar.

-Ah la desgracia! Campesina inútil que regresa a su hogar con poca leche y sin
pan, manos ásperas y cuerpo frágil, acaso fuese más fuerte mi brazo, menos débil
mi actuar….

Pero el golpe sordo se extinguió en el cañón como el crujir de un árbol, y más allá
de la huerta, a la orilla del río, solo pareció el murmullo fantasma de un alma en
pena, como cada noche. Más los sollozos del pequeño, en la humilde casita roja,
retumbaban mudos más allá de la montaña… Y es que estaba el universo
contenido en esas lágrimas y el sol en pleno cantado por esa voz.

La sangre se había ido cuando ella pudo besarlo, y el temido color carmesí se
ocultaba ahora entre el lodo de su rostro, como la sombra de un gran dolor. Sirvió
la cena pobre, dejando su parte para el pequeño mientras el hombre afuera bebía
aguardiente y fumaba tabaco. Y fue ella hasta su lecho donde reposaba el clavel
que el pequeño traía cada tarde.

-Blanca luna tras la ventana, acaso fuesen flechas tus lívidos rayos y veneno tu
bruma hipnótica para saberme muerta ahora mismo.

Como siempre, limpió la sangre con su llanto y reposó en calma apretando tan
fuerte el clavel, que su tallo sangraba como inagotable cáliz. Y esperó entonces a
que llegara su amado, pletórico de deseo, a pintar con besos ebrios las manchas
violetas de su piel. Y su cuerpo marchito aguardó a la muerte con tanta ansia que
se tornó su sueño el esbozo eterno de su final, como cada madrugada.

Autor: Camila Orozco Bernal

1 comentario:

  1. Comencé a leer, pero veía que avanzaba y no sucedía nada. Por el contrario, me iba convenciendo de una cosa: que el autor maneja bien el lenguaje, pero que su fuerte no es el lenguaje prosaico, sino el lírico. Hay buenas descripciones, y se nota la capacidad de observación. Como un consejo: que lo intente con los versos. Hay un librito que se llama Cartas a un Jóven poeta, de Rainer M. Rilke. Lo recomiendo.

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