miércoles, 25 de marzo de 2015

MI TIO EL NOBLE.

¡Un hombre grandulón de dos metros y medio vivió en mi casa!, esto es cierto aunque no me lo crean, recuerdo tanto aquella vez que mi abuelo me conto de él, y yo con una carcajada le hice evidente mi incredulidad, entonces fue cuando me respondió con un: “culicagado insolente, yo soy viejo pero no mentiroso” y se fue a dormir. 

En fin, este señor tan dócil como un búfalo criado a cabestre era también muy muy fuerte y ante todo comelón; mi abuelo junto con el hijo de la criada cuando pequeños ayudaban a pelar las dos arrobas de papas que a diario satisfacía su voraz apetito. 

Su boca rara vez abría para decir casi siempre sabias palabras que incitaban a la tranquilidad y la paciencia. Todo el pueblo conocía de su fuerza y sus enormes puños que aunque solo los usaba para arar la dura tierra, causaban horrible temor con solo verlos. Hasta las lejanas tierras llego su fama, fama que no era aceptada por todos en la comarca; en especial por el coronel Sandoval, un veterano de guerra acostumbrado a las diatribas de asustar a los más débiles y quien se decía tenía la fuerza bestial de 6 caballos y medio, quien no contento de ser el segundo más fuerte, en su arrogancia había comenzado a odiar a mi tío, con tal ímpetu que de día en día mientras mi tío tomaba su siesta matutina, mandaba a 4 de sus discípulos a incitarlo a pelear, y fue en uno de esos días en que la insolencia le colmo la paciencia. 

-Dígale a Sandoval que se rece el rosario no quiero tener cargos de conciencia. 

Llegada las 4, el coronel puntual en el parque. El ambiente de arreboles movía la hojarasca junto a un vaho de tensión. 

-El que derrame la primera gota de sangre es quien pierde. Dice el coronel. En un baile de boxeo, el coronel lanza sus zarpazos pero mi tío cual posta rígido soporta los golpes; en eso el coronel intenta conectar un puño en la cara; de repente el pobre queda estático y frio, y en sus dos fosas nasales los dedos índice y anular de mi tío en forma de V le conectan y levantan hasta una altura tal que el coronel con un movimiento del ojos de ciervo degollado le agarra de sus manos y le implora le baje, entonces, un hilo de sangre surcó y descolgó desde su barbilla hasta teñir de rojo escarlata el botón dorado de su viejo chaleco militar. 

Mi tío le baja y él cae, le extiende la mano, le levanta y le dice: 

-Que tenga un buen resto de día coronel.

Autor: Jefferson Wilder Espana David

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