jueves, 26 de marzo de 2015

Bajo tierra.

Meter la pala, golpearla con fuerza, empujar y sacar la tierra. Cavar nunca es bueno, menos
a esta hora, bajo este sol.

Todos los días pasaba de esquina a esquina, siempre sonriente, perfecta, con esos vestidos
vaporosos que no cualquiera puede lucir. Toda llena de flores mi dulce Esther; brillando no
sé si por el sol o por mi amor. Esther, olía a frutas, a hierba; tenía un olor tierno y salvaje.
Creo que esa fue mi perdición.

La conocí las vacaciones pasadas. Claro, yo ya la había visto pasar por el barrio, pero sólo
hace unos meses ella notó mi presencia. Es tan buena, no dudó un solo instante en hablar
conmigo, tan solo y triste que vivo. Nos hicimos amigos e inevitablemente comencé a
amarla. Traicionero, desleal a nuestra amistad, quise poseerla, ser dueño de sus palabras, de
sus suspiros. Quería que su mirada ansiosa fuera mía, quería que dejara caer su dolor en mis
brazos. Es que Esther sufre, por Joaquín, su novio. No soporto imaginarla con él. Mi pobre
Esther reducida a miseria y engaño.

La quiero y no voy a permitir que sufra. La voy a acompañar hasta la eternidad para que
pueda contarme su vida, para que pueda reírse por siempre, para que nunca esté sola.
Bueno hermano ya le ayudé a cavar, ahora usted debe tapar el hueco, que yo me voy con
Esther.

Autor: Jennifer Díaz Lozano

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