La piedra brillaba escarlata a sus pies sobre el suelo arenoso del camino. Julio la
miraba aburrido, recién salía de su casa, acalorado y de mal humor. Hacer el viaje
hasta la casa de su madre le hartaba en exceso, pero estaba enferma y lo había
llamado tanto que no le quedaba más remedio que ir hasta allá. Se disponía a dar
el primer paso cuando un crujido de ramas y hojas y pisadas lo sobresaltó. ¿Quién
iba a andar en semejantes parajes selváticos, tan alejados de todo, donde se
había exiliado él mismo años atrás para pintar? Lejos de todas probabilidades, del
clima y del exilio, estaba frente a él Martina. Tenía el cabello trenzado y pegajoso,
una mochila gruesa colgada y una mueca de entre sonrisa y cansancio que la
hacía ver graciosa.
Luego de los saludos y de un primer silencio, la extrovertida chica da rienda suelta
a su memoria y relata a Julio cuentos maravillosos de sus viajes. Y mientras habla,
libre, enérgica, caminan juntos. Viajando se adentran entre las cuevas escondidas
de la selva donde habitan animales desconocidos, pasan por las calles de un
pueblo lejano donde las personas se bañan en aguas cristalinas que caen en
cascada antes de formar piscinas naturales y toman trenes de vagones oxidados
que huelen a tierra y lluvia, pero en los que se está muy cómodo viendo el paisaje.
Y Julio absorto sonríe levemente y Martina lo mira confiada, porque piensa que
ahora el artista ve el arte y que esto de viajar lo era si él quería.
El sol llegó al horizonte y Martina se acomodó la mochila, cansada de tanto viajar.
Se miraron y despidieron como viejos amigos. A Julio le dolían los pies y la piedra
escarlata seguía en el mismo lugar.
Autor:Sara Carolina Bustamante Restrepo
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