Era 9 de Febrero de 2015, muchas cosas habían pasado por la vida de Joaquín,
muchas historias contadas en las tardes de invierno junto a sus hijos; muchos
espíritus de los bosques asecharon su juventud, pero solo una cosa estuvo
siempre allí, el amor incondicional de su esposa Amelia. Una mujer hacendosa y
fiel, que nunca tuvo ojos ni corazón para otro hombre que no fuera aquel que
pronuncio sus votos junto a ella. Joaquín tenía 86 años de edad y ella, pronto
cumpliría los 87. Desde que contrajeron matrimonio, fue un hogar fecundo y
humilde. Una pequeña casita en el campo que él heredara de sus padres, 14 hijos
y el amor incondicional de esta mujer fueron su mayor tesoro. Muchas noches
junto al fuego del fogón que entibiaba la cocina, contó sus historias: La madre
monte, la patasola, la llorona… ¡Y tantas otras aventuras que escondía su
memoria, disfruté entre asombro y temor!
La mañana del Lunes Amelia es llevada al hospital ya sin signos vitales.
En la funeraria medio de sollozos se dirige al féretro. Solo una exclamación queda
resonando en aquel lugar: “! Te dije que no fueras a dejarme, pero no me hiciste
caso!” Fija sus ojos en ella y así en un silencio inenarrable permanecen, no dice
nada, solo espera, Era 9 de Febrero de 2015; muchas cosas habían pasado por la
vida de Joaquín, muchas historias contadas y sobre todo muchos momentos
maravillosos junto a su esposa. Un hombre fuerte, que no se derrumba a pesar de
que sus hojas viertan el suelo con la brisa de sus lágrimas.
Ahora, solo escapan de sus labios susurrantes palabras que dejan al desnudo un
corazón fragmentado, mientras dice: “a veces la vida nos prueba, con aquello que
más nos duele.”
Autor: Liz Panyany Soto Atehortua
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