jueves, 26 de marzo de 2015

Hasta la Madrugada

¿Cuánto es el valor del silencio? Antes sollozaba por un poco, ahogado por el ruido
blanco de la multitud. Ahora completamente solo y tan en silencio que me aterra
escuchar mi propio corazón agitado. Este es el momento en que el hombre no es
más que su instinto de supervivencia. No sé cuánta cafeína he tomado esperando lo
inesperable. Tan inquieto y pasivo a la vez, ya casi rendido pero me soporto
despierto por el simple hecho de no poder cerrar los ojos, ni siquiera lo intento. Es el
miedo, tieso mi cuerpo, helada mi sombra.

El libro me ha hablado. Mi rostro impávido contempla fijamente como los ancianos
ilustrados en sus páginas me escudriñan con la fría mirada que sólo saben dar los
muertos. Sé dice que fueron matemáticos, algunos filósofos. Cuanto quisiera
simplemente cerrar el libro, estrellar sus pastas con un seco golpe e ignorar el
espanto. El libro me habla una vez más, pero no entiendo.

Tampoco sé cuánto tarde el sol en rayar mis persianas, la última vez que vi la hora
eran las tres de la madrugada y yo sorbía café oscuro. Pero me resisto a cerrar los
ojos, porque eso significaría que la próxima vez que los abra ya será el momento, no
tendré ni un minuto más para comprender este enigma que guardan los
matemáticos. El libro me habla y yo no entiendo.

¿Comprenden siquiera la verdadera hecatombe que me tranca? Ustedes no lo han
visto llegar cada mañana tan fresco al salón de clases, como si nunca hubiera visto
el libro o lo dominase por completo, él no se enturbia para mencionar letras en
griego ni acomodarlas en código. Pero entonces ¿Por qué me obliga a pegar mi
mirada al grueso libro de Cálculo y ver los muertos hasta que yo mismo parezca
uno? Hoy en el instante mismo en que vuelva a abrir los ojos tendré parcial de
cálculo y a Euler, Newton, L'Hôpital y Lagrange no los entiendo.

Autor: Ricardo Ramirez Naranjo

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