miércoles, 25 de marzo de 2015

EL SOLDADO EN EL OCASO


“Otro amanecer en el infierno” – Pensó el soldado, viendo hacia el sol saliente de las 6 de la mañana, hacía frío y lo único que lo acompañaba era su arma, una radio sin baterías y una sábana sucia y deshilachada. Caminando por un campo desierto, donde el único rastro de civilización se encontraba a más de 50Km de distancia, solitario y con hambre, pero era feliz, por alguna razón aquello no le molestaba, mientras el sol ascendía cada vez más sobre el horizonte él .caminaba a lo largo de ese campo, parecía no tener rumbo fijo y solo caminaba por caminar.

Habían pasado unas pocas horas, el calor aumentó de manera precipitada y el soldado estaba sudando como pollo en rosticería, desesperado buscó una sombra a su alrededor y al no poder encontrar nada siguió su camino. Sin saber cuánto tiempo había transcurrido se encontró con una silueta femenina a lo lejos.

Sin meditarlo mucho camino hacia ella, a pesar de caminar por mucho tiempo la silueta parecía que no se acercaba, sino que cada vez mas se alejaba, el sol seguía golpeando fuerte y parecía que cada vez empeoraba más, él busco una sombra que pudiese hacerle refugio, pero la única sombra era la que lo seguía desesperadamente y con la que compartía la misma agonía.


Cuando parecía que todo había acabado, una mano le toco el hombro, era la mano de la silueta femenina que vio antes, pero solo era eso, una silueta. Ella le extendió una botella de agua, él sin preámbulos la tomo y se la bebió de una sola sentada, al terminar miró como el mundo a su alrededor comenzó a derrumbarse, primero el campo, después el horizonte, por último el cielo, solo quedó un vacío infinito en donde él y ella flotaban, de un momento a otro la silueta comenzó a definirse, unas piernas torneadas cuya belleza era igual o mayor a un atardecer en la playa, una cadera y un torso que parecían moldeados por los mismos dioses del olimpo, un pecho y unos brazos que provocaban atarse a ellos para nunca soltarse, pero cuando su rostro se definía una luz cegadora iluminó el vacío, desintegrando consigo aquella maravillosa figura. El soldado, sorprendido y agitado por lo que acababa de suceder gritó con todas sus fuerzas, solo para despertar de aquel largo sueño en el que estaba sumido, solo para darse cuenta que a su alrededor habían 4 paredes, en una de ellas una puerta de acero con destellos de óxido y en otra una pequeña ventana con barrotes de hierro, desde donde podía ver el ocaso de su felicidad.

Autor: Pablo Andres Paternina Monterroza

2 comentarios:

  1. muy entretenido pero está un poco largo.
    ojalá no tengan eso en cuenta.

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