jueves, 26 de marzo de 2015

La llegada

El humo perfecto, no se vería mejor en ninguna parte, solamente en la calle 53. La
hora perfecta, se despide el día, las 5:30 pm y las personas abandonan las
tiendas, oficinas y aceras.  “¡Qué absurdo!” dice Gabriela mientras empaca sus
libros y se dispone a salir, continúa: “¡qué absurdo el tiempo y lo que hace con la
ciudad! ¡Cómo la maneja a sus anchas!” Se niega a entender que ese reloj azul de
su muñeca, cause tanto desastre, ojalá el tiempo fuera más condescendiente con
algunas historias, porque no todas merecen su furia.

El camino no era largo, en ciudades como estas llegar a tu destino se había
convertido en una cuestión de método. Lápices y llaves al bolso, y una chaqueta;
ésta última, coraza de tela, te hacía desaparecer ante la gente, la “capa mágica”
estaba ahora consagrada en esa chaqueta gris con el calor y la actitud que no le
daban sus miedos ni su dificultad de simular ser otra persona. Gabriela camina y
se pregunta si la ciudad algún día mudará el color gris por otro, a Gabriela le gusta
el magenta, siente que si la ciudad fuera magenta se fusionaría con las nubes al
atardecer y con las canciones de su reproductor. Dos esquinas más y tres calles,
la avenida Plecto, más desorden, más ruido, más ciudad.

Al fin el bus, canta en la mente mientras pasan con velocidad los lugares de
siempre. Luego, ascensor piso 23, por fin, la puerta, justo antes de poner la llave
en la cerradura se detuvo, su mente se detuvo sólo para decir: “no aguanto más,
ya no hay tiempo…”, sin pensarlo dos veces tomó el ascensor, piso 1, mucho frío
y una chaqueta. Al fin y al cabo afuera siempre habrá más historias que adentro.

Autor: Miguel Angel Florez Santander

HACIA ATRÁS

HACIA ATRÁS

Cuando abrió los ojos ese día se dio cuenta de que, por alguna extraña razón, el tiempo estaba marchando hacia atrás.

Al principio solo le causó cierta inquietud – “Que curioso, podría jurar que la luna solo salía en las noches” -, luego descubrió que era toda una molestia.

Se levantó de la cama cuando lo que deseaba era dormir. Se lavó los dientes aunque no estuvieran sucios y se hizo una suculenta comida a pesar de no tener hambre.

Vio como surgía el sol por el oeste mientras deshacía la partida del vídeo juego que ya había terminado. Se comenzó a organizar para el trabajo a pesar de estar agotado por la jornada laboral y, durante todo el día, no paró de ver la hora esperando ansioso que ese día empezara. Era curioso, entre más tiempo iba desapareciendo su estado de ánimo fluía de un pesado cansancio a un exuberante entusiasmo. Jamás le había ocurrido algo similar.

En el almuerzo se le quitó el sueño de la tarde y toda la mañana planeó una velada nocturna que ya había pasado. Cuando llegó la hora de entrar al trabajo se lamentó por alejarse de la empresa y, estando en casa, se preparó un desayuno que no quería.

Finalmente, se fue a acostar lleno con la energía de un día nuevo. En la cama, mientras el sol se ocultaba en el este, no dejó de pensar en aquella anómala situación.

Se durmió.

Al despertarse el sol encandelilló sus ojos y el sonido de un gallo rompió el silencio de la mañana. Lleno de energía, sin recordar nada relacionado con el extraño fenómeno vivido, se fue a preparar el desayuno. Estaba entusiasta por este nuevo día. 
Pero no había un nuevo día. Tan solo era el ciclo que iniciaba una vez más.

Autor: Esteban Gómez Cifuentes

Borrador Sempiterno

Nació, creció, borró apasionadamente y se multiplicó desenfrenadamente. Mas nunca murió, solo
se perdió para siempre. Rara vida esta la del borrador.

Autor: José Daniel Sánchez Velásquez

METAFICCIÓN

Digamos que Catalina se despierta. Digamos también que no es un despertar de los
habituales, que no es un simple abrir los ojos y ver los primeros rayos de sol y levantarse
de la cama y estirar el cuerpo y disponerse a empezar un nuevo día. No. Digamos que
Catalina se levanta con una certidumbre que le taladra el pensamiento, un sobresalto, un
sinsabor. Convengamos que lo asume con calma, que de golpe comprende que no vale la
pena pretender torcer el curso del destino. Que su destino no es suyo, que no lo pertenece.

Entonces Catalina se alista como para cumplir una cita; una cita con nadie, en ningún lugar
y a ninguna hora. Una cita difusa pero que ella sabe ineludible.
Paralelamente, en la misma ciudad y en el mismo tiempo, un hombre escribe la vida de
Catalina, es decir, escribe sobre el final de la vida de Catalina. El hombre es un urdidor de
ficciones que ha resuelto llevar su arte al límite. Encerrado en su habitación, sentado frente
a su computadora o delineando con su lápiz Faber número dos, ha escrito este texto que
usted está leyendo ahora porque lo encontró abandonado en una silla o publicado en algún
blog en internet. Usted se enterará que el escritor tiene a Catalina. «Tengo a Catalina», lee
usted, y cuando lo haga lo asaltará la duda y se preguntará —como en otro tiempo también
lo hizo el escritor—, dónde termina la realidad y dónde comienza la ficción. Y más abajo
leerá que le asiste la tarea de ayudar a Catalina, que su destino está en sus manos «Si la
quiere salvar, vaya a la calle Colombia hoy a las 4 p.m.», y entonces una incertidumbre le
comenzará a taladrar el pensamiento, y usted ya no sabrá si Catalina es real—o no—, ni
sabrá tampoco si alistarse para acudir a la cita que la salvará—o no—. Y al final usted
perderá la calma y terminará por cuestionarlo todo: este texto, la silla, este blog, la Internet,
los rayos de sol que lo despertaron esta mañana, su cuerpo, su existencia misma...

Autor: Carlos Julio Nova Lopez

La Vida

Érase una vez la muerte. Cruel, despiadada y burlona.
¡Tienes que renunciar al deseo, tienes que renunciar a sentir! Me decía, me
gritaba, me obligaba.

¡Tú no mereces ser feliz, tú no mereces crecer, a ti no te está permitido crear,
soñar, amar! Se reía, se burlaba.

¡Estás condenada a sufrir, a llorar, a mendigar, a hundirte en el fango! Me
susurraba, me esclavizaba.
Y yo, con semejante destino, era su esclava, día tras día, años tras año, vida tras
vida.

Pero en una de tantas vidas, nació una niña, con ojos soñadores, con el sol a flor
de piel, con destellos de alegría, con rizos de ternura, con boca de mujer. Sólo se
escuchaba su risa acaramelada que impregnaba al viento que rugía:

¡Libertad!

La niña creció y un día se encontró con ella, cara a cara. Le suplicó que la dejara
seguir siendo feliz, amando, creando, sintiendo, que ella le podía enseñar a vivir y
no a morir, que con seguridad la muerte aprendería.
Pero, sus súplicas fueron en vano, los contrarios son contrarios.

 La Mató.

Amor, despierta. Es hora de ir a clase.

Autor: Gloria Stella Mazo Carvajal

Detrás de las cámaras de seguridad

Eduardo estaba de nuevo en su trabajo, como todos los días desde hace 15 años,
en ese que tanto le gustaba, en el que era testigo de la vida de todos, desde
donde podía observar cada uno de los movimientos de las personas y ser capaz
de encontrar a alguien entre millones de seres humanos.

Disfrutaba mucho de estar en ese lugar porque podía ser quien realmente era, sin
miedo a ser juzgado. Si por él fuera, viviría ahí, sintiéndose invisible, viviendo
entre la gente, estando en las calles, riéndose de todo sin que nadie,
absolutamente nadie se percate de su existencia, siendo parte de todo sin en
realidad ser nada, llenándose de la vida de otros y olvidándose de sí, de sus
problemas y vacíos existenciales.

Acabado el turno salió a la calle. Esta era la parte que odiaba, todos lo observaban
y se sentía extraño, intimidado, asustado, tocado y acosado. De repente, una voz
desde el otro lado de la calle gritó: ¡Es él! ¡Es el espía de aquellos que quieren
controlarnos! Y entonces todo el mundo empezó a gritarle y a arrojarle todo lo que
llevaban en las manos, periódicos ya leídos, vasos con restos del café de la tarde,
bolsas de agua para el calor, todo lo que podían arrojar sin perder gran cosa. Y su
ansiedad creció, no sabía ni dónde meterse para esconderse, no podía correr, ni
agacharse, estaba a la vista de todos, ¡Deseaba tanto ahora ser invisible! Sonó
una sirena y pensó que de pronto la policía vendría a salvarlo... Pero era sólo la
alarma de salida, el turno había acabado y era hora de partir a su casa. No podía
creer que se hubiera dormido y perdido 45 minutos de su valiosa vida de invisible,
estaba furioso por eso.

Autor: Ana Isabel De la Hoz Armenta

La única salida

Tic toc, tic toc ¿Qué voy a hacer? Se me acaba el tiempo… Tic toc, tic toc. Lo
repetía para sí mismo una y otra vez, se golpeó tres veces la frente con la yema
de su índice, miraba el mismo punto fijamente esperando iluminación divina. Tic
toc, tic toc el reloj avanzaba. Suspiró intentando darse un respiro y al levantar la
mirada, aquellos ojos verdes, como los de un gato, le sorprendieron, su piel
grisasea y esa sonrisa malvada, le espantaron. No tenia que escucharla, ya sabía
lo que quería. El pulso se le aceleró y se puso más nervioso de lo que ya estaba
tic toc, tic toc, la voz en su cabeza se lo recordaba.

-Anda, lo necesitas… ¿Quién va a saberlo? –Le dijo sin perder aquella sonrisa,
pronunciando las eses como si fuera una serpiente.

-Sabes lo que pasará si te descubren- Ambos le miraron, uno con desconcierto y
la otra con rabia. –Deberías dejar de escucharla, nunca piensa en tu bienestar- El
tono de su reproche casi hacía eco en aquella habitación donde solo reinaban las
exhalaciones ajenas.

-Claro que es por su bienestar- Dijo en tono burlón volviendo su mirada perversa a
él –Solo así saldrás de esta…-Su sonrisa se exageró aun mas, mientras le
acariciaba los hombros a aquella chica de cabello castaño, que parecía no
sentirla.

-No lo necesita -Volvió a recriminar y después suavizó su expresión a una de
suplica- Podemos recuperarnos luego. –Y esas palabras fueron suficientes para
desatar una calurosa discusión entre ellas.

Cerró los ojos fuertemente intentando alejarse de esa pelea. Al abrirlos, todo
estaba en silencio, de nuevo mordió el lápiz y se golpeó la frente. Tic toc, tic toc se
repetía continuamente y sin darle más vueltas, llevó su mirada a la hoja de la chica
de cabello castaño.

Autor: Yudrum Militza Rivillas Puell

Luna Lunera en la historia del mundo.

A mí me encanta viajar, conocer los lugares y su historia, sé muchas historias, pero lo de
viajar sólo lo he intentado un par de veces, una de ellas encontré una enorme lámpara
amarillosa como un queso, a su lado una gran escalera custodiada por una lechuza que me
miró con una profundidad marina y luego me invito a seguir con un leve aleteo. Subí aquellas
escaleras en espiral acompañado por una sinfonía parisina pues fue allí donde nacieron estos
plácidos acordeones. En medio de la escalera había un café donde un hombre de tres metros
no paraba de tocar, todos los visitantes permanecían horas en este lugar atrapados por el vino
y la nostalgia de lo que fueron y no fue. Al terminar el recorrido supe que estaba sobre
aquella gran lámpara ya no tan amarilla, me planté sobre ella, me paré en la luna, pero la luna
en ese entonces era como para cien personas, pequeña, y no había lado oscuro porque ella
era feliz; es cierto, es otra historia, la luna es un ser que siente y vive, pero después lo
describiré en mis memorias... cuando estaba posado en ella se desplomó sobre el mar por los
bailes de los visitantes, esa fue la época conocida como la lechesiación, la luna se disolvió y
cada gota del mar parecía venida de la ubre de una vaca cósmica. Por fortuna eso dio paso a
la creación del ferrocarril submarino, ¿recuerdas a aquellas miles de personas que trabajaron
en el mar durante unos cuantos ciclos lunares?, es cierto, no hubo ciclos lunares en ese
tiempo, perdimos unos cuatro o cinco, por eso se compensa un día cada cuatro años. Lo sé,
eso es otra historia, no olvides pedirme una copia de mis memorias. El ferrocarril entonces
permitió separar el agua de la luna por medio de enormes esponjas que sólo absorbían leche
lunar. De allí nacieron las olas pues el mar se compenetró tanto con su nueva compañera que
cada noche intenta alcanzarla para sentirla nuevamente. Ya sé, no me desviaré más; con un
cohete que tenía en mis juguetes la pusimos nuevamente en órbita, al principio encajó en las
escaleras pero se alejó un poco pues no quería caer nuevamente, de ahí que el músico gigante
decidiera llevar su ritmo a París, que es lo más cercano a vino y luna. No he vuelto a ir a
aquel lugar desde entonces. Mi segundo viaje fue a Santa Rosa de Osos y allí comí
pandequesos hechos con leche lunar, los osos pardos, grandes maquinistas del ferrocarril y
amantes de la miel, hicieron un trueque con la leche, Doña Rosa, Santa desde que inventó
estos pandequesos, formó un pequeño estadero que se rodeó de casas y calles... otra vez, lo
siento. Cuando vuelva a viajar vendrás conmigo, será grato contarnos las dos historias.

Autor: Camilo Andres Valencia Devia

La Denuncia

Corría el año de 2003 en mi pueblo, que para el caso podría ser cualquier pueblo. El
ambiente estaba saturado de paracos y vacunas -hoy está saturado sólo de
vacunas, porque les quedó el vicio a los malparidos-. Chucho era un hombre
trabajador, más bizco que todos los bizcos que he conocido y siempre madrugaba al
mercado para comprar mercancía para su negocio.

A Chucho y sus familiares –todos comerciantes- los tenían más vacunados que a
los chimpancés de Patarroyo desde hace un año. Nadie sabe cuál fue el día que
Chucho, en el camino del mercado a su casa, se desvió para el comando de policía.
Apoltronado en su silla giratoria ejecutiva y con aire acondicionado en su oficina, se
encontraba el comandante que escuchó con suma atención la denuncia de Chucho.
“Viejo pendejo, te mataste solo”, pensó el comandante, luego de que partiera el
denunciante.

El día en que mataron a Chucho, él había estado feliz con la visita de sus nietos en
su casa. La casa-negocio tenía dos años de haber sido remodelada y él se sentía
orgulloso. Siempre vestía de camisilla, chancletas y bermuda. Aquel día no, Chucho
murió con su pinta dominguera sin ser domingo; con camisa, pantalón de dril y
zapatos negros quedó tendido en el suelo.

Los pistoleros se fueron caminando hacia el monte, como si nada, después de
haber acabado a plomo la vida de Chucho el tendero. Se fueron con la orden
cumplida los malparidos.

El levantamiento se hizo en una calle destapada, un miércoles del mes de febrero, a
las 6:50  de la tarde. Chucho ignoraba que el comandante lo soplaría con los paras.
La familia de Chucho, mi familia, se fragmentó. Silencio sepulcral en el pueblo y uno
que otro viaje inesperado sin regreso sucedió.

Autor: Daniel Fernando Serna Gomez

MIL DOS

Despertó y desesperado corrió a los escritos... a sus escritos. Destapó el viejo baúl de
caoba, una gota de agua salobre salida del ojo derecho cayó sobre el pie de página del libro.
Mil dos... ‘mil dos’ era el número de la página. Armó la pluma con tinta camel. Escribió sie-
te párrafos. Al final puso la firma y una frase dedicada: ‘para que siempre vivan’. Embuchó
algo de vino de la copa con veneno de escorpión sigio.
Todos fueron al funeral a derramar la última lágrima por el joven escritor. El rumor
corrió por varios días, de que la muerte le llegó a quemarropa. Más allá de los incrédulos,
todos creían, que el mismo diablo lo envenenó «y que por envidia». Las mujeres lloraron por
dos veces las nueve noches para dejar claro que como él no hubo dos. Los niños empezaron a
guindar fotos en las salas para que fuera su ejemplo. Las más viejas aprovechaban las noches
para ponerle velas y pedir un milagro. Las niñas no evocaban príncipes sino un joven creador
para esposarse. Por no sé cuántos días, pusieron guardias en las calles del cementerio con la
fe de que se podía levantar y andar de nuevo. Pero la mitad del pueblo que perdió la espe-
ranza, al tercer día; comenzó a criar chivos para untar los marcos de las puertas con sangre.
Cuando eso, se puso de moda dejar abiertas las ventanas por la calor —pero ellos saben que
era creyendo que lo verían deambular—. A los que iban naciendo nuevos, le ponían el primer
nombre o el segundo o los dos o el del padrastro y si era mujer; el de la niñera que se hizo
famosa echando los cuentos.
Ya cuando dejaron de retenerlo: los que leyeron la novela entendieron... había asesi-
nado a Cleopatra (la actriz en su libro) por descubrir que lo engañaba con Anaximandro el
hombre que había inventado hacía tres días. Los descubrió en la página mil dos... mil dos era
el número de la página. En siete párrafos lo hizo, en siete párrafos los mató.

Autor: Oscar Thomas Sininng

EL MONSTRUO EN SU CABEZA

Fue feliz volviéndola a ver. Recordar el movimiento de su pelo al son del caprichoso viento, su sonrisa eterna, sus ojos lo envolvieron en el velo de sentirse suyo, descubrió el tenerla entre sus brazos, fue real, su cuerpo era real, su piel extremadamente sensible al tacto, amó sentirla al besarla, se estremecía, quiso recorrer cada centímetro de ella con sus labios pero tan solo la abrazo viendo la aurora final del sol al desaparecer, desaparecer que llevo consigo su felicidad. El despertar fue horrible, ya no estaba allí, cerró los ojos, quiso verla a oscuras, pero los rayos de sol entrando en la ventana devolvían a él la realidad. Quiso oírla en silencio, quiso sentirla en medio de su ausencia, no lo lograba, había sido un sueño, un sueño maravilloso ante sus ojos que ahora tan solo era contrastado con una realidad vacía sin ella.

La cruda realidad lo aplastaba sin la menor compasión, la sentía en él, ella era real en él, ¿pero él, lo era para ella? ¿Era real?

Fue allí que lo entendió. ¿Sería ahora tan solo el monstruo en su cabeza, que sufre ante el psicólogo, que presumiendo de real le pide que lo olvide?...

Autor: Daniel Vasquez Hernandez 

Fragmento del diario de un contaminado.

Hoy fue mi primer encuentro con un zombie, me vi en un espejo, fue aterrador.
Uno cree estar lejos de ellos, seguros en su hogar, con la familia, amigos, sin
darse cuenta de que estamos infectados. Creí estar inmune  y solo soy el
comienzo de algo aterrador, el paciente cero de cada historia apocalíptica.

No quiero ser un héroe o un mártir, de esos que saben que deben morir
descerrajados por ellos mismos o por sus amados, soy solo un cobarde que
quiere sobrevivir, con esa maldición a cuestas. No quiero pensar que con mi
muerte ayudaré en algo a los demás, en este punto solo deseo ayudarme. La
vida que me tocó la sentía al revés, con karma, y he sido castigado. Ya no
puedo evolucionar porque mi  pútrida alma estará acorde con mi cuerpo. Esto
es el infierno, estar atrapado en tu propio cuerpo, comerte tus pesadillas sin
sentir jamás la posibilidad del descanso eterno.

Recordando el pasado, viviendo de aquellos recuerdos inútiles que van
desapareciendo día a día. Suena a frase de abuelo, pero creo que el mundo
jamás estuvo peor que antes. Hasta hace poco nos matábamos los unos a los
otros, al igual que en el pasado. ¡Ya estoy divagando!, tanto pensamiento inútil
en autocompadecerme y no pensar en mi salvación.

Ya comenzó la evacuación, y lo extraño es que los visitantes no solo se están
llevando a los sanos, aquellos que aún no han sido mordidos o infectados de
alguna manera, los afortunados son los puros de corazón. Los visitantes  no
nos abandonaron del todo. Están esperando la purificación de los que quedan.
Sólo sé que ellos nos han dejado esperanza. Lamentablemente los humanos
fallamos la prueba y  pocos han logrado salir de la inmundicia de este infierno.

Autor: Monica Alejandra Rivera Correa

Adentrado en el Amazonas

Fred, fotógrafo Colombiano, inicia una travesía por el pulmón de la humanidad,
busca describir lo que ve a su camino. En el inicio del trayecto, abre paso entre
la espesa nube de vida, encuentra seres sensibles y agradecidos, pues
animales y plantas rodeaban el denso paisaje. Luego de varios minutos viendo
lo mismo se encuentra lo que pensó jamás ver,  líquido sagrado corriendo libre
por las entrañas del gran pulmón Americano, con un poder abrumador que solo
Dios podría controlar, encontró el rio Amazonas, fuente de vida en medio de
innumerable vegetación y corazones palpitando, encontró la foto perfecta. Fred
de inmediato en medio del asombro coge su cámara y toma diez fotos que se
verían húmedas, ya que fue tan grande el impacto visual, que su corazón se
detuvo y su cámara se vio sumergida en las profundas aguas del rio, el
calmado, suspiro y dijo: “Es un honor regalarle mi insignia”.  Sin su cámara
pero tranquilo, Fred continuo su recorrido por la basta jungla latina, buscando la
salida más pronta  del paraíso terrenal el cual no pudo capturar. Al encontrar un
tigre sonrió y su cuaderno y lápiz saco, para dibujar el hermoso esplendor que
brotaban los ojos del divino “gatito”. El tigre no lo ataco, por el contrario se le
acerco y su mejor sonrisa le brindo para que el dibujo fuera gran sensación,
luego de terminado el dibujo se despidió del tigre y siguió. Más adelante, ya
para salir de la hermosa y grande selva, Fred se asustó al ver algo que no tiene
descripción, pues solo cosas malas posee lo que vio, es un animal que se cree
superior, no tiene corazón, se hace llamar “humano” y en su mano un machete
y una pistola lo hacen disque ser el patrón.

Autor: Juan Diego Rivera Jimenez

Sueño de amor

Temía que este día llegara, inescrutables sueños me persiguen. Tú me abandonas, huyes
como ave que de nuevo se topa con la libertad, aun  no logro discernir si eres tú o quién
eres, sólo veo ese espectro de mujer.

Implacable ausencia que evita mi ayuda, ¡manifiéstate mujer! no seas tímida, yo estaré aquí
para salvarte, no guardes duda de ello,  daré mi vida por prolongar la tuya; No permitiré
que de nuevo suceda. Este dolor terco y recalcitrante que no considera el abandono, me ha
impedido desprender de tu sublime imagen.

Es en ella quien sueño, esa mujer blanca, frágil, débil, tímida, apacible, tosca, soez, brusca,
brillante… aquella que es y no encuentro, y cuando la tengo nunca quiere ser. No Temas a
quien amor te brinda, no evites a tu único y fidedigno lazarillo, no desprecies la fidelidad de
un hombre. ¿Por qué amar a quien te odia? Es la pregunta que una daga infunde sobre mí,
y el frenético anhelo de tenerte, en fortaleza vence.

No quiero despertar, no  me resigno a desprenderme de tu idea de mujer, eres la visión de lo
que quiero tener y aun no comprendo. Quizá es el devenir, quizás no; quizás es ella, quizás
soy yo. Sólo un deseo me embarga y es el deseo de nunca despertar, este sueño indómito se
ha hecho mío y perderlo involucra perderla.

Necesito una respuesta, ¿por qué sólo entre nieblas te descubres?, pero eres la solución…
adelante, interpreta mis sueños… Es un juego de ida y vuelta.

Autor: David Fernando Otalvaro Zuleta

Reverso

Yo lo único que quiero es libertad, pero esa palabra aquí suena ya a delirio. El
infeliz de Helmuth cada día se vuelve más agrio. Alguno de los dos ha de terminar
con el cuello roto si siguen tan severas sus estúpidas instrucciones. Que camine
de tal manera, que lleve el traje de esta otra, que salude no sé cómo. Maldita la
hora en que lo designaron mi tutor. Yo lo único que quiero es libertad. Salir al
jardín, jugar con mis muñecas y mi pequeño carruaje de madera, perder en
lodazales mi vestido, conocer el amor. Ah, el amor, ¿quién podrá ser? ¿Acaso el
joven Hans, el de la barba incipiente y los modales incorruptos? ¿Martin, tal vez, el
hijo de los Finnigan?

Sólo en las noches me llegan ligeros visos de felicidad. Mamá cae profunda y
entonces puedo usar su pintalabios y su corsé. Voy al espejo del cuarto de baño y
empiezo a desfilar mientras ondeo la mano a un público imaginario. Asumo
cámaras de fotografía desde todos los frentes, y poso sin recelo. Todos me
admiran y pelean a muerte en el tumulto por recibir alguna de las gotas de agua
del lavamanos que lanzo al cielo. Ese cielo es todo mío. Me figuro una canasta a
rebosar de chocolates y flanes de caramelo. Helados de fresa, quizá, sí. Hay
también vestidos infinitos, ojalá de esos que mamá compra a ese sastre italiano, el
de la nariz inconmensurable. Entonces me posee la auténtica embriaguez de la
plenitud, como un águila punzando mis entrañas.

Todo se derrumba cuando aparece el infeliz de Helmuth. Toca la puerta, y grita,
con esa voz suya de chimenea:

—No puede dormir más, general. Es usted el canciller de Alemania.

Autor: Eduardo Correa Rivera

Tren hacia el olvido.

No le reclamo a Dios, tampoco a Satanás, voy sin mirar atrás… pensaba él, en esa fría
tarde de abril, en un vagón de un tren, en el cual iba, sin destino resuelto.
Observaba detalladamente sus alrededores con una mirada penetrante; la
muchedumbre en la estación al partir el tren; el paisaje cambiante; los demás viajeros y
oficiales; la dama del lado con la cual intercambiaba miradas desde hacía un instante.
Pensaba tal vez, que examinaba detalladamente aquel ambiente, como intentando
encontrar en éste algo que lo abstrajese de su propia conciencia, sin embargo ocurría
todo lo contrario, pues lo que siempre buscaba era a ella, Luciana. De pronto una voz lo
interrumpió.

 …¿desea algo señor?

Era una oficial. Ya había pronunciado algunas palabras cuando logró notar su
presencia. Aún sumergido en sus pensamientos y, contemplando la cara interrogadora
de aquella joven, la recordó; como si estuviese sentada al frente suyo, teniendo una de
tantas conversaciones fugaces…
Podrías traerme un café -contesto él.

 Enseguida señor.

Una densa neblina apareció en el paisaje, un panorama nostálgico se divisaba de
pronto, pensó que no sería mala idea hablarle a aquella dama sentada en la fila de al
lado, pero no lo hizo, tuvo entonces lugar esa conversación con la que siempre soñó.

 ¿Alguna vez me quisiste de verdad? –Le preguntó ella.

 ¿Qué si te quise dices? –respondió a manera de sátira- es gracioso que lo

preguntes, tal vez te quise, o incluso puede que te haya “hamado”, desde el día
que te vi en el café francés y decidí que debía hablarte, hasta el día que terminé
abandonado a mi suerte en la carretera, fue ahí cuando me di cuenta, que te
hamaba, con “h” pues no era más que un error, una palabra vacía sin significado.
Tenía que dejarte también. Pero mírame, huyo sin sentido, ya que no haces más
que seguirme.

Interrumpido de nuevo por la oficial, recibió el café; oscuro, cálido, pero lo que más le
llamó la atención fue una nota, que decía:

Yo siempre te he amado.

- Lucy.

Autor: Daniel Montes Pinzon 

Bajo tierra.

Meter la pala, golpearla con fuerza, empujar y sacar la tierra. Cavar nunca es bueno, menos
a esta hora, bajo este sol.

Todos los días pasaba de esquina a esquina, siempre sonriente, perfecta, con esos vestidos
vaporosos que no cualquiera puede lucir. Toda llena de flores mi dulce Esther; brillando no
sé si por el sol o por mi amor. Esther, olía a frutas, a hierba; tenía un olor tierno y salvaje.
Creo que esa fue mi perdición.

La conocí las vacaciones pasadas. Claro, yo ya la había visto pasar por el barrio, pero sólo
hace unos meses ella notó mi presencia. Es tan buena, no dudó un solo instante en hablar
conmigo, tan solo y triste que vivo. Nos hicimos amigos e inevitablemente comencé a
amarla. Traicionero, desleal a nuestra amistad, quise poseerla, ser dueño de sus palabras, de
sus suspiros. Quería que su mirada ansiosa fuera mía, quería que dejara caer su dolor en mis
brazos. Es que Esther sufre, por Joaquín, su novio. No soporto imaginarla con él. Mi pobre
Esther reducida a miseria y engaño.

La quiero y no voy a permitir que sufra. La voy a acompañar hasta la eternidad para que
pueda contarme su vida, para que pueda reírse por siempre, para que nunca esté sola.
Bueno hermano ya le ayudé a cavar, ahora usted debe tapar el hueco, que yo me voy con
Esther.

Autor: Jennifer Díaz Lozano

Carta de una casa vieja.

Sé que ahora te aburrís con mis corredores, algo fríos, pero llenos de recuerdos.
De mi patio, algo rústico, pero cálido cuando llegabas del colegio. De mis
habitaciones, amplías para que jugaras, pero aparentemente insuficientes para tu
anhelo adolescente. Y es que las cosas cambian, vos cambiás y yo también, vos
ya sos grande, y yo ya soy vieja.

¿Acaso ya no estás a gusto entre mis paredes? ¿Con la luz que entra por mis
ventanas cada mañana? ¿Con el color de mis alfardas de madera? ¿El sonido de
la lluvia sobre mis tejas de barro en la noche?

Dime ¿Dónde quedan las memorias de tantos años que pasaste aquí?

En tus juguetes, en tus muebles y tus amigos, pero no en mí, una simple casa
pintada de azul... ¡Y qué más quisiera yo! ¡Que más que te refirieras a mí como
ese viejo tango que tantas veces cantaste corriendo sobre mis baldosas! Ese
llamado Cuartito Azul.

Supongo que ahora soy yo quién te canta a vos porque te vas. Y seguro llegará
alguien más a correr y vivir acá, a pintar estas paredes azules de rojo, o blanco, o
negro, a desmaterializar lo que fui, lo que soy, que sé yo.

Me despido pues, repasando esa letra que me recuerda tanto a vos, guardando
los recuerdos entre estas paredes de tapia, en estas ventanas altas, en este
portón. Estaré acá tanto como estas columnas puedan. Sin embargo, muchacho*,
te lo juro, nunca estuve tan triste como hoy.

Autor: Federico Ortiz Velasquez

LA MUJER QUE CRECIO

Cuando ella era chiquita, tenía un amor muy grande y rosa para mí. El tiempo
pasaba y ella crecía tanto, que a veces me quedaba difícil verle el amor. Por eso
me compre unos zapatos plataforma; así veía su rosa amor y yo era muy feliz.
Pero Ella creció tanto que nunca jamás volví a ver su amor.

Autor: Juan Diego Alzate Giraldo

Vismo Positi

Estuve esperando el llegar del repartidor. Una vez lo sentí, me agazapé junto a la puerta. No
vacilé para entrar en la quinta cuando él había avanzado unos pasos. Una vez regresó
adentro, le detallé por un rato. Su cabello color zanahoria le daba un tono experimentado y
sus lentes averiados le sumaban aires de una locura no tan descabellada.

Se reclinó en su sillón y agarró el ejemplar de la revista científica Periodic que había sido
lanzado a su puerta, para verificar los hallazgos de sus colegas: «Unbob descubre que el
bamboleo de Chandler del planeta se debe a desestabilizaciones del campo magnético»,
«Yupaber demuestra que la energía del estado fundamental del vacío no se anula».
Inconforme y desesperado por el pobre nivel de la ciencia, refunfuñó para sí un rato hasta
dormirse.

Una vez limpia la espátula, empezó a escarbar sin ritmo dentro de la muestra. Le tomó un
par de minutos quedarse pasmado. -¡Eso, justo eso, que hay entre cada una de aquellas!-
gritó mientras se desprendían del ripio pártomas aisladas de todo material. Corrió hacia la
máquina de escribir y se dispuso a elaborar el paper para sustentar su increíble hallazgo.

De la célebre noche no quedaron más que unas gotas de zumo de zanahoria que escurría en
mi boca, con fe en que él no lo notaría al despertarse. Escuché el particular chirrido de los
pedales de la bicicleta del poblado. Me asomé tras la pared asegurándome de no perturbar
el vaivén de la cortina. Sólo leí en el aire el mensaje «hitostórico»; golpeó la puerta y dio a
parar de bote al suelo desparramándose para permitirse exclamar: «Hito histórico: Egro
Odel descubre que no descubrió nada. En particular, no hay nada en la nada que sea algo».

Autor: Alexander Munoz Garcia

DEMONIUM SANTORUM

¡Abuelo! tuve una pesadilla donde el demonium santorum sembraba semillas en el
campo; tras él, el cielo  oscurecía y  crecían unas plantas enormes con grandes
ojos y dientes afilados que devoraban las  plantas del lugar, y luego, cuando no
quedaba ni una y debido a su voraz apetito, peleaban entre ellas buscando
sobrevivir, hasta que solo quedó una.

− ¿Cuándo fue esto, Silvano?

− Cuando compramos las semillas para la próxima cosecha.

−Silvano, en ti se está cumpliendo la profecía de la diosa Runinca: de las manos
de una inocente criatura llegará la devastación de los cultivos y el posterior
exterminio del ser humano.

Pero,  de esa misma criatura surgirá la solución para derrotar el demonium
santorum, aunque debe darse antes de transcurridas 16 lunas.

− ¿Pero abuelo, cómo podré hacerlo?

− El poder reside en ti,  solo tú puedes encontrar la solución a tan terrible
situación.

Al día siguiente Silvano recorrió el campo semidesértico en su caballo, observando
algunas de las plantas con que había soñado, se apeó del caballo y caminó hacia
adelante para observarlas mejor; cuando estuvo  cerca, éstas lo atacaron y
persiguieron por un rato. Al llegar donde dejó su caballo, éste no estaba, solo
quedaban rastros de estiércol. Silvano, rodeado por plantas feroces y hambrientas
dispuestas a devorarlo, no tenía arma alguna con que defenderse, trató de
derribarlas con el estiércol del caballo, lanzándolo observó que cuando asestaba
un golpe a una de esas plantas, esta se desvanecía, y  allí, donde caía estiércol
surgían plantas nuevas, así que decidió traer todo el estiércol del corral, y algunos
aldeanos para hacer frente a estas plantas malignas.

Así lo hizo, lograron acabar con todas, y desde aquel día comenzaron a crecer
toda clase de flores y plantas comestibles para el hombre y los animales.

Autor: juan camilo quintero cardona 

Kalib

Kalib usaba toda su fuerza, pero sus poderosos músculos no eran suficientes contra media docena de hombres,
mientras veía como otros dos se llevaban a Daliz, su esposa. Uno de los sacerdotes le dijo:

―Recuerda, esto es elección de los dioses, el sacrificio ayudará a nuestro pueblo.

Kalib intentó golpear a aquel hombre pero uno de los soldados se lo impidió, noqueándolo.
Cuando Kalib despertó, ya todos se habían ido de su casa. Al salir, vio que sus vecinos también habían sufrido
una perdida. Kalib pensó que las acciones tomadas por los sacerdotes no tenían sentido, ¿acaso la sangre de
prisioneros y guerreros no era suficiente para saciar a los dioses? Sin perder tiempo, Kalib hizo un llamado a
todos los hombres dispuestos a luchar.

Al otro día, miles de personas se reunieron, alrededor de La Pirámide de Ahau, para los sacrificios. Cuando el
Supremo Sacerdote se disponía a iniciar, Kalib se abalanzó sobre los soldados que protegían la pirámide,
seguido de un centenar de hombres que, gracias a la confusión del momento, no demoraron en vencerlos y
tomar la pirámide. Ya en la cima, Kalib reconoció al sacerdote que le habló el día anterior, esté con voz
temblorosa dijo:

―Estamos condenados, los dioses no nos ayudarán en La Gran Guerra.

Kalib le contestó:

―Hemos estado en guerra con otras castas por años y los dioses nunca han ayudado.

―No entiendes, un enemigo mayor se acerca y los dioses son nuestra única esperanza ―respondió el sacerdote.

Para Kalib solo eran razones tontas, justificando la matanza de inocentes, y junto con sus hombres liberaron a los prisioneros y acabaron con toda la orden de sacerdotes.

Pero lejos de ahí, en las costas del este, unos seres de piel pálida, armadura de metal y llenos de avaricia tocaban
tierra.

Autor:Andres Felipe Hernandez Murcia

SALA DE ESPERA

Después de caminar por un corredor largo y estrecho, que parecia ir al infinito,
llega finalmente, un poco apurado, como quien tiene minutos de sobra en el reloj,
cierra la puerta; es una habitación de lineas y angulos simples, que enmarcan
cada situación y dejan ver el espacio casi en su totalidad. Alza la mirada, hay un
reloj colgado en la pared del frente, la baja lentamente, solo para descubir aquello
que los presentes ya saben, el fin es engañoso y parece extenderse más allá de
nuestra percepción, mira al pequeño ventanal de al lado, sabiendo que es su único
contacto con el exterior. Decide moverse, camina unos cuantos pasos, se sienta,
al costado tiene una mesa, con un feo florero y revistas de cosas que no le
interesan saber, pero que termina por leer en todo caso

-¿Por qué todos me miran? – pensó para sí

Desafortunadamente, no lo miran, es solo una ilusión que tienen estos lugares,
como método de vigilancia colectiva entre los habitantes de turno, es muy
importante que cada uno cumpla con su cita, no vaya a ser que alguien salga
corriendo.

La velocidad del tiempo se altera, transcurre cada vez mas lento, en vez de
avanzar, parece retroceder, solo el reloj y su constante ¡tic-toc! ¡tic-toc! le recuerda
que sigue allí, igual que siempre. Se mueve, la silla es incomoda, se mira los
zapatos, mira al de al lado, al frente, a la pared con los cuadros suspendidos; de
repente, todos miran al mismo punto, alguien nuevo llega, él vuelve al reloj, ¡pobre
hombre, perdido entre objetos y ojos!, el espacio es un contenedor de tiempo y de
realidades, que se dilatan constantemente. Se escucha una voz, que
momentáneamente vuelve todo a su estado normal, alguien dice su nombre, se
para y camina a través de toda la habitación, -Puede seguir- se escucha de nuevo
la voz- cruza otra puerta, han pasado 15 minutos….y yo aún sigo aquí.

Autor: Ana María Arbeláez Giraldo

Un extraño encuentro con el futuro

4:30 am -¿Por qué tengo que levantarme tan temprano?, dice John. Más tarde siente su cara
húmeda, es Ringo, su perro, quien sabe que debería estar despierto hace 23 minutos. Se
levanta de su cama, se baña, se viste, desayuna y que no falte el cigarro. Sale como un
trueno  de su casa. “¡John!, ¿qué pasó con el pedido que te encargue ayer?”, dice su jefe.
“¡Don Diego, es que tuve un problema con el sistema, pero ahora me encargo, no se
preocupe!”. Entre más bajas que altas transcurre su día. Su mayor satisfacción ocurre
cuando finalmente vuelve a casa, ¡hola Ringo, amigo mío!, le da comer, y luego de una
larga siesta se van a dar su acostumbrada caminata nocturna. Llegan al mismo morro, que
parece perderse entre las oscuras nubes; el mismo camino, infinito e inquisidor; ven la
misma luz en la cima, y claro, Ringo lazándole ladridos. Se encuentran con el mismo
anciano: alto, desgarbado, cabello blanco y un olor familiar a cuscas de cigarrillo. ¡¿Qué
será esa luz?, siempre la veo ahí pero me da miedo subir, ¿por qué no vas y miras?! Le dice
el anciano. A John, que también le ha inquietado  decide investigar, aunque siempre pensó
que no se trata más de algún vicioso o pareja que desea privacidad. Al llegar a la cima no
ve nada, enfadado y decepcionado patea una roca y resbala unos metros  abajo, cuando se
levanta, nota una protuberancia inusual en el suelo, cubierta de hojas de pino rojo, Ringo no
deja olfatearla.  Gran sorpresa se lleva cuando al abrirla está llena de reliquias de oro, pero
lo que más lo perturba es la extraña similitud que él tiene con el anciano, pareciera que lo
único que los diferenciara es 45 años.

Autor: Juan Miguel Mesa Soto

Siete minutos

Su pequeña y delicada mano cayó lentamente mientras la última gota de vida salía
de su cuerpo con el último suspiro propio de cada muerto.
Aquellos que la habían conocido se encontraban en la habitación presenciando su
cuerpo sin vida.

-Ha muerto.

El llanto de la madre no esperó ni un momento luego de la afirmación y las
lágrimas corrieron por su rostro cual ríos por la montaña.
El padre, por su parte, se quedó inmóvil, estático, como si no hubiera escuchado
la afirmación. No hubo lágrimas, ni gritos, ni ataques de ira o frustración.
Simplemente se quedó allí, mirando el cadáver de su primera hija, el cadáver de
aquella que ya no le traería alegrías ni tristezas, ni decepciones, ni nada de lo que
una hija podía brindarle a su padre ya fuera bueno o malo.
La madre seguía llorando escandalosamente en la cama, su hija, su preciosa hija,
por quien había luchado tanto y tanto tiempo se había ido y no volvería nunca. Aún
recordaba el día en que había notado su embarazo y la alegría con la que se lo
había contado a su marido. Recordaba perfectamente sus nueve meses de
embarazo, sus antojos, sus fiebres y malestares, cosas que ahora ya no eran lo
suficiente como para llamarse recuerdos.

-¿Cuánto tiempo vivió? - Preguntó levemente mientras su esposa seguía llorando
desconsoladamente.

La mujer que ahora se encontraba junto a su esposa tratando inútilmente de
tranquilizarla levantó la mirada hacia la pared que se encontraba al otro lado de la
habitación.

-Siete minutos.

Autor: Alejandro Gaviria

El día de un maestro.

Pepeto siempre fue muy austero, nunca lo vi llevar prenda elegante y su cara
dibujaba una sonrisa permanente. Muchas veces pensé que estaba loco, pues
comparaba el dinero con las mariposas, no le importaba tener mucho, solo
guardaba un billete de cada denominación y los demás me los daba, decía: -todo
es tuyo, solo asegúrate de que no muera de hambre y que siempre tenga un
repuesto para la batería de mi reloj-. Se despertaba todos los días a las 5:45 a.m.,
sin falta, fines de semana, en su cumpleaños, en invierno. Abrías tus ojos con la
certeza de que él ya había empezado su día. Tomaba un vaso de jugo de naranja
y se iba a trotar 5,2 kilómetros, siempre la misma distancia, llevaba el registro de
los tiempos que tardaba en cada intento, obviamente se notaba una mejoría
sistemática y pienso que alcanzó tiempos que le habrían permitido ganar una
medalla olímpica. Vestía de forma modesta, una camisa manga corta, solo le
gustaban aquellas que tenían bolsillos a nivel del pecho, pantalones sobrios, de
cuándo en vez alguna correa y los mismos zapatos de cuero. Todos los días
después del baño se untaba un poco de colonia y se dirigía a su pequeño estudio.
Era profesor de matemáticas de profesión e historiador de vocación. Su única
pariente viva era su hermana, una gran arquitecta radicada en Pekín. Solo se
enamoró una vez,  me decía: -la música era una pérdida de tiempo para mi hasta
que la conocí a ella, ella me enseño a moverme al ritmo no de la música si no del
sentimiento, rompió mi corazón un sin número de veces y siempre la perdoné,
nunca la besé-. Al medio día salía de su estudio para almorzar y tomar el postre
con un vaso de leche, dormía 45 minutos y de nuevo iba a su estudio, allí con un
juego de lupas descubría los delicados detalles que guardan los billetes y
monedas de su gran colección. Al caer la noche, cerraba con llave y se preparaba
para la cena, prendía el televisor y cenaba viendo el noticiero. Luego de comer,
leía algo edificante. Alrededor de la media noche pasaba por mi habitación y me
decía: -que tengas un descanso en paz y si mañana no despertase sabes que te
amo-. Iba a su dormitorio, hacía unos rápidos estiramientos y dormía. Este era un
día normal del hombre que me enseñó a vivir.

Autor: Sebastian Martinez Arango

Y jugaba

Con particular frecuencia, Heraclio pensaba en el pasado. Esa punzada profunda llamada nostalgia le aguijoneaba incisivamente, quizá porque él lo permitía. Porque somos así. La voluntad abre o cierra un sinfín de umbrales en los cuales podemos fraguar causas y consecuencias en nuestro indefinido trasegar.

Caminaba con actitud relajada, nula atención frente al entorno. Pensaba en tantas cosas que no condensaba ideas fijas orientadas a reflexiones profundas. Pero a los pocos segundos, logró centrarse en un pensamiento de ese pasado que en muy pocas ocasiones visitaba su mente. Ella.

Recordaba con gracia difusos momentos compartidos. Palabras entrecortadas. Sudor frío en las piernas, el corazón acelerado e innumerables incoherencias cuya opacidad había crecido tras el paso de los años, implacables con el recuerdo, que lo hacen inexacto paulatinamente. La rueda del tiempo particular va desgastándose al perder la capacidad de asir lo que hemos creído propio.

Era infructuoso. Un recuerdo más. Curioso, porque de alguna manera la in conclusión existió en su tiempo, y tal disparidad producía interés por saber de su vida. “Cómo estaba, qué estaría haciendo, en qué pensaría...” Seguramente por su cabeza no llegó a pasar la idea que aquel sujeto, de manera silenciosa, le profesó sentimientos inexplicables y perturbadores.

Y jugaba con los supuestos. “¿Y si estuve a punto de toparme con ella en alguna calle del centro?” Si de pronto, por el llamado "azar", esa mal llamada lotería, ambigua ruleta de la vida, él iba caminando por alguna calle de la atestada metrópoli y ella estaba cerca, ambos abocados a un dual encuentro, pero cuando más cerca estaban, uno de los dos abordó un bus y el otro transitó, a unos pocos metros, desapercibido, distraído –o abstraído en esos mixturados pensamientos propios–, ¿qué tal? ¿Si él entraba a una cafetería a comprar algo para continuar con su fugaz tránsito por la urbe y ella estaba en el baño del mismo recinto?

“Tonterías, nada más,” pensaba, muerto de risa mientras rompía con burla y desdén un anuncio publicitario sobre algún brujo de mala muerte que promocionaba la predicción del destino y la solución a los problemas místicos y existenciales.

Autor: Sebastian Suaza Palacio

Hasta la Madrugada

¿Cuánto es el valor del silencio? Antes sollozaba por un poco, ahogado por el ruido
blanco de la multitud. Ahora completamente solo y tan en silencio que me aterra
escuchar mi propio corazón agitado. Este es el momento en que el hombre no es
más que su instinto de supervivencia. No sé cuánta cafeína he tomado esperando lo
inesperable. Tan inquieto y pasivo a la vez, ya casi rendido pero me soporto
despierto por el simple hecho de no poder cerrar los ojos, ni siquiera lo intento. Es el
miedo, tieso mi cuerpo, helada mi sombra.

El libro me ha hablado. Mi rostro impávido contempla fijamente como los ancianos
ilustrados en sus páginas me escudriñan con la fría mirada que sólo saben dar los
muertos. Sé dice que fueron matemáticos, algunos filósofos. Cuanto quisiera
simplemente cerrar el libro, estrellar sus pastas con un seco golpe e ignorar el
espanto. El libro me habla una vez más, pero no entiendo.

Tampoco sé cuánto tarde el sol en rayar mis persianas, la última vez que vi la hora
eran las tres de la madrugada y yo sorbía café oscuro. Pero me resisto a cerrar los
ojos, porque eso significaría que la próxima vez que los abra ya será el momento, no
tendré ni un minuto más para comprender este enigma que guardan los
matemáticos. El libro me habla y yo no entiendo.

¿Comprenden siquiera la verdadera hecatombe que me tranca? Ustedes no lo han
visto llegar cada mañana tan fresco al salón de clases, como si nunca hubiera visto
el libro o lo dominase por completo, él no se enturbia para mencionar letras en
griego ni acomodarlas en código. Pero entonces ¿Por qué me obliga a pegar mi
mirada al grueso libro de Cálculo y ver los muertos hasta que yo mismo parezca
uno? Hoy en el instante mismo en que vuelva a abrir los ojos tendré parcial de
cálculo y a Euler, Newton, L'Hôpital y Lagrange no los entiendo.

Autor: Ricardo Ramirez Naranjo

ADIOS

Era 9 de Febrero de 2015, muchas cosas habían pasado por la vida de Joaquín,
muchas historias contadas en las tardes de invierno junto a sus hijos; muchos
espíritus de los bosques asecharon su juventud, pero solo una cosa estuvo
siempre allí, el amor incondicional de su esposa Amelia. Una mujer hacendosa y
fiel, que nunca tuvo ojos ni corazón para otro hombre que no fuera aquel que
pronuncio sus votos junto a ella. Joaquín tenía 86 años de edad y ella, pronto
cumpliría los 87. Desde que contrajeron matrimonio, fue un hogar fecundo y
humilde. Una pequeña casita en el campo que él heredara de sus padres, 14 hijos
y el amor incondicional de esta mujer fueron su mayor tesoro. Muchas noches
junto al fuego del fogón que entibiaba la cocina, contó sus historias: La madre
monte, la patasola, la llorona… ¡Y tantas otras aventuras que escondía su
memoria, disfruté entre asombro y temor!

La mañana del Lunes Amelia es llevada al hospital ya sin signos vitales.
En la funeraria medio de sollozos se dirige al féretro. Solo una exclamación queda
resonando en aquel lugar: “! Te dije que no fueras a dejarme, pero no me hiciste
caso!” Fija sus ojos en ella y así en un silencio inenarrable permanecen, no dice
nada, solo espera, Era 9 de Febrero de 2015; muchas cosas habían pasado por la
vida de Joaquín, muchas historias contadas y sobre todo muchos momentos
maravillosos junto a su esposa. Un hombre fuerte, que no se derrumba a pesar de
que sus hojas viertan el suelo con la brisa de sus lágrimas.
 Ahora, solo escapan de sus labios susurrantes palabras que dejan al desnudo un
corazón fragmentado, mientras dice: “a veces la vida nos prueba, con aquello que
más nos duele.”

Autor: Liz Panyany Soto Atehortua

El Reflejo

-¿Por qué temes?
-¿Quién anda ahí?, ¿Quién dijo eso?
Exaltado, respondió uno de los tantos transeúntes de aspecto musical, que se detienen
absorbidos por la perplejidad del lugar y del estanque del que se atreven a beber de su agua
cristalina, pero que por alguna razón salen despavoridos.
-Soy tu voz interior y más que eso, puedo ser lo que tú quieras que sea, puedo ser tu mayor
temor, tú más profundo anhelo o simplemente  el reflejo común  y corriente de tú cara en el
agua

-¿Y cómo es posible que puedes hablarme?
– En realidad no es que pueda hablarte, eres tú  hablando contigo mismo, soy solo un
producto de tu imaginación.

Aquel hombre, perturbado por ese  encuentro inexplicable con «su voz interior», regresó a
su casa preguntándose sobre el suceso, y aparentemente algo había cambiado en él, podía
notarse en la ausencia del brillo de sus ojos.

Pasados tres meses, la gente del pueblo apenas recordaba la voz del hombre, que solía
cantar con su vieja guitarra los días domingos en el parque principal, pero aun así lo
seguían viendo sentado en la banca del frente del atrio  pasando la calle, alimentando a las
palomas.

En uno de esos domingos, a eso de las dos de la tarde, se acerca un joven preguntando
sobre un sitio muy frecuentado por los artistas, debido a los bellos paisajes que sirven de
inspiración,  al que llaman los lugareños, el bosque mutus; coincidencialmente el hombre al
terminar de alimentar las palomas, escucho al joven y se acercó lentamente para señalarle
hacia donde debía ir. Sin cruzar ninguna palabra, el joven entendió claramente las
indicaciones y procedió a dirigirse a mutus.

Hoy en día, se sabe que el pueblo quedo sin cantantes.

Autor:Miguel Angel Munoz Mejia

CIMARRÓN

Absurdamente para la pequeña ave de brillante amarillo y andar veloz, era en sus momentos de depresión cuando sus captores se fijaban en ella: se acercaban varias veces al día, le refrescaban sus comodidades y alimentos, dejando asomar por exiguo lapso la invitación de la verja abierta, y en sí mismo, la ansiedad indecisa que causa la oportunidad. Sin embargo, cuando la fuerza de la libertad lo albergaba, manifestándola con su melifluo pero rabioso canto, con una intranquilidad que le hacía saltar de aquí para allá, revolcarse en su fuente de agua y asirse de los barrotes con sus paticas en el inútil intento de vencerlos, era ahí, cuando los de afuera se mostraban más indiferentes y hasta complacidos.

 Se pueden preguntar cómo el avecilla que nunca había conocido más allá de su jaula y más necesidad que la de brincar para comer y beber, fuese capaz de experimentar los calientes sentimientos de la emancipación; no se engañen con estos animalitos, porque así como reaccionan, piensan. Me contó el pajarito que fueron precisamente las alas lo que, por primera vez, lo hizo dudar de su condición de condenado. Se preguntaba para qué las necesitaba y a qué se debía el ímpetu vertiginoso que sentía cuando las desplegaba. Fui yo el que, al comprender sus malinterpretados mensajes, le dije que los de su tipo son de los que menos fronteras tienen, que sus dominios comprenden tanto el aire como la tierra y, para algunos, las aguas.

Estaba distraído cuando le abrí la canariera. Debió percatarse de que algo diferente sucedía porque una mano no entró. Viró y advirtió la salida disponible; esperó el bloque que no llegaba. Me aparté y resistí sacarlo a la fuerza. Curioso, se acercó al umbral. Quizá por desperezarse o por honrar a la circunstancia, extendió las alas. La escena merecía estar en un escudo nacional. El clímax del momento pareció disolverse rápidamente por el salto torpe e inseguro. Planeó brevemente; nunca había volado tanto. Se posó en algo que colgaba y daba la impresión de que hacía un cálculo complejo. Contempló embelesado un rectángulo de luz infinita.

Se fue

Autor: Javier Ignacio Herrera Padilla

La belleza en un libro.

“Él la ve acercarse, ella lo ve alejarse y en el infinito nunca logran encontrarse” decía un hombre mientras caminaba, una mujer lo escucha,- ¿De dónde ha sacado eso?- dice. Él se sorprende y al mirarla, se calma. –Es de esos libros que nadie lee, acabo de terminarlo-
-          ¿Ah sí? ¿Y su autor es?
-          He quedado fascinado, al parecer es escrito por la persona más hermosa que existe, una loca con cordura.
-          ¿Loca, pero con cordura?- Sonríe-  ¿cómo es eso?
-          Está muy loca, pero es sabia. A eso me refiero.
-          ¿Usted la conoce? – pregunta ella.
-          No, pero sus palabras lo dicen todo.
-          ¿Y cómo sabe que es hermosa? ¿Qué tal si sea desarreglada, malgeniada, fea?
-          ¡Imposible!
-          Pero, ¿Por qué?
-          Alguien que escribe como ella no puede ser feo. La inteligencia, la ternura, la sabiduría y todas esas cosas cursis, son la verdadera belleza y, ella, ella es todo.
Sorprendida por esas bellas palabras, ella continua caminando en silencio. Él, al verla callar, con intenciones de irse, dice: – ¿Sabes?, es quizá como tú y muero por conocerla.-
-          ¿Como yo?, alguien tiene problemas visuales - Sonríe - ¿Acaso no ve? Soy todo, menos linda. - dice la verdad.
-          Efectivamente alguien tiene problemas visuales, pero no soy yo. Su alma es pura, su belleza es innata. Alguien que se arriesgue a hablarle a un extraño por haber escuchado algo loco, es alguien sabio y como le he dicho, la sabiduría es belleza.
-          Y quien ve con ojos sabios, en definitiva, es mucho más bello – Ella se aleja satisfecha.
Él, contento con esa gratificante conversación, al llegar a casa busca la biografía de la autora.

Queda sorprendido - Es más bella aún, ¡era ella!- 

Autor: Maleja Arrieta

El mito de los hermanos astros.

Desde temprana edad, la Luna y el Sol habían sido guerreros respetados. Ambos, mujer y hombre,
eran considerados los mejores en combate. Con la habilidad de ella para lanzar flechas, y la
habilidad de él para el combate cuerpo a cuerpo, formaban una pareja perfecta.
Al finalizar una batalla en las tierras norteñas -de la que salieron victoriosos-, Sol se resguardó en
las montañas, donde se enamoró de una preciosa señorita parecida a las ninfas. Pequeña y grácil,
logró conquistar el férrico corazón del guerrero, logrando que abandonara a sus tropas, y a su
hermana. La Luna, celosa, decidió matar a la chica.
En una noche oscura llevó a cabo su plan. Solo una flecha envenenada fue necesaria para terminar
con su vida y desatar la furia de su hermano que, sin pensar en la sangre que los unía, la decapitó
cegado por la pérdida de su amante.

Cuando reaccionó, Sol, culpable, se lanzó por un barranco, rozando su armadura contra la tierra y
sacando chispas a su paso.

Los cielos, al presenciar esta eventualidad, decidieron darle la oportunidad al uno de disculparse
con el otro, y de que ambos pagaran por sus pecados; pero no sería tan sencillo. Cuando él estuviera
despierto, ella dormiría, y cuando ella estuviera despierta, él estaría en los brazos de Morfeo. Sin
embargo, para calmar el dolor de Sol y la culpa de Luna, los cielos permitieron que él le diera parte
de su brillo a ella, todo con el objetivo de que alumbrara en las noches más oscuras y fuera testigo
de las atrocidades, pero también bellezas, que ocurrían debajo suyo; para que así, por un lado, se
enterneciera al ver a los poetas, pero por el otro, intentara evitar la muerte de inocentes con su luz.

Autor: Natalia Restrepo Sanmartín

El dólar de Jackson

Jackson estaba totalmente desesperado, lo había perdido todo. Antes de este suceso, su vida estaba llena de ganancias y triunfos. En cada juego, siempre ganaba. ¿Por qué lo habré perdido todo?, ¿será que yo estaba maldito?, se preguntaba. 

El  hombre se quedó sin casa y sin familia. Su esposa lo dejó y sus padres ya habían muerto. No tuvo más opción que vivir en el frío de las calles. Toda su fortuna, la que había heredado de su padre, el alcalde, se fue al casino. Curiosamente, Jackson no era drogadicto ni alcohólico. Su afición por las máquinas lo llevó a la ruina. Sólo le quedaba un dólar.

Caminando en medio de la noche, estando bien vestido, encuentra una silueta negra voluptuosa reflejada por la luz de la calle. La mostraba una hermosa figura femenina, con un agradable aroma a rosas. Maravillado con la misteriosa mujer, decide seguirla. Ella, totalmente cubierta, lo conduce a un cuarto y comienza a seducirlo para jugar en la cama. Se desnudaron totalmente.

 El momento era maravilloso y parecía que ambos armonizaban bastante bien. Pasada 1 hora, la musulmana le cobra al pobre lo que le corresponde.  Jackson avergonzado, le muestra su único dólar. La hermosa dama lo tira con furia por la ventana. A pesar de la reacción de la mujer, él sigue enamorado de ella y él logra sobrevivir al impacto.
Jackson escribe un mensaje en el dólar y se lo da a la mujer. Antes de esta entrega, la musulmana prostituta había sido duramente maltratada y muy bien paga. Ella era rica. Triste, toma el billete y lee:


“Yo no valgo nada, lo he perdido todo. Tú tienes belleza y dinero. Me di cuenta de que me enamoré de alguien que vale menos que el precio de este billete”

Autor: Kelly Zuluaga

El reloj

Ema quería que el tiempo avanzara más rápido de lo habitual, era una persona ansiosa esperando un suceso, una llamada, una noticia, y el tiempo jugaba con su paciencia; además de la carga emocional, Ema tenía un bonito reloj de mesa, lo miraba constantemente como si de esta manera los segundos, minutos y horas transcurriesen más rápido, es como cuanto te quedas al lado del teléfono, esperando que suene como si esto lo hiciera sonar, pero el reloj marcaba lentamente el tiempo que duraba la eternidad, y ella se enojó al ver que el reloj se reía de ella, entonces obligó al reloj a correr en su universo de piñones en giros desgranados y avasallantes, y cuando vio que su reloj agonizaba sudoroso y lloraba aceite, quiso reírse de él y levantó la mirada para ver su sonrisa victoriosa en el espejo sobre la cómoda, pero su rostro palideció al darse cuenta de que el tiempo a ella también se le había agotado, los segundos, minutos y horas se marcaron como profundas líneas en su rostro, el sudor no se veía nada bien en su cara y sus ojos se hundían en un aceite pesado y sucio de dolor, cuando pudo limpiarse la cara y mirar las horas con tranquilidad y valorar cada tic tac del reloj supo que tendría una oportunidad que aunque durará un segundo la haría feliz, y así, cuando menos pensó el teléfono sonó.

Autor: Liliana Patricia Cadavid Berrio

Muerte, por azul turquesa.

Se despertó sobre tierra diferente, áspera y engorrosa, procurando no tropezar, temiendo que el
vidrio de su casco se estallase; aunque su experiencia le aseguraba que no pasaría, no podía dejar
morir esa idea. los mareos producidos por un espacio sin gravedad lo llevaban a pensar fuera de la
lógica humana, -los mareos- se repetía a si mismo mientras procuraba no enloquecer
completamente.

Tras llevar meses en misión pensaba diferente, su corazón atado a un planeta que ya estaba fuera
de su alcance no le permitía darse por vencido, no podía morir, ese impulso humano de superar la
adversidad le hacía pensar que había una salida, una en la que su realidad fuera menos miserable,
una en la que no dejara al amor de su vida prometiéndole un regreso, un anillo y un panda de tres
metros como quien llena de ilusión a una chiquilla, la realidad es que no podía darse ese lujo.

Un escollo decían, estaría en tierra pronto, sin embargo eso nunca sucedió, pintó tantas líneas de
los días transcurridos hasta cansarse, y a la mitad de una de ellas se vio posada en el exterior de su
traje una extraña criatura color azul turquesa, más áurea que cualquier gema conocida, -que eres-
le repetía como si pudiese entender; después de varias horas con ella en su antebrazo se dedicó a
observarla, imaginar su procedencia, no entendía porque aquel espécimen no se separaba de él,
puede uno querer algo por acompañarte durante varias horas? si, pero todo querer tiene un
precio, fueron estas horas las que necesito este germen mortal para traspasar las fibras del
elaborado traje, y luego de hacer contacto con la piel del astronauta esparció en cuestión de
segundos su fatídico veneno que acabo esta miserable vida de un solo y tenaz dolor.

Autor: Laura Camila Rojas Cardozo

El festín

A Horacio Quiroga 

Inicio/trama:
La oscuridad es un fenómeno que no me impide ver quien merodea cerca. En mi condición de nictálope urdo la última puntada de la trampa. Ahora siento que por el luminoso corredor pasa ella una y otra vez, quien mira atenta por las pequeñas hendijas de la puerta, hasta donde los pequeños destellos alcanzan a cortar la densa oscuridad de la habitación; y creería que siente curiosidad por lo que hay en este vacío, pues sus ojos no logran ver más allá de la barrera oscura que me separa de ella, de la tímida, de la miedosa, de la muy atrevida que me hace esperar para el goce placentero de estremecerla contra mi cuerpo, de poder sentir su desprecio y temor hacia mi impúdico procedimiento.

Desarrollo/nudo:
Abren la puerta, de repente la intermitencia de la luz desvanece cada espacio de oscuridad y por fin me convenzo de que va hacer mía, y me adueñaré de su cuerpo con vehemencia, con apetito salvaje desmembraré cada una de sus extensiones, al momento en que gozaré de sus revoloteos infructuosos por tratar de huir y sabrá entonces que ella me pertenece.

… y las predicciones no fallaron, en su cambio de rumbo se acerca con celeridad hacia su inevitable cita con la muerte. Y cae en la trampa, me monto encima de ella, me cercioro de que esté bien sujeta y le penetro en su parte más blanda, en medio del éxtasis dejo en ella mi humor que al final de un lento sopor de sus energías desfallece frente a mi dominio.

Desenlace/final:
Son cuatro muros, largos y cortos, la mosca cae en la trampa, el desespero y la seda se encargan de brindarle el banquete a la araña de la esquina del cuarto.

Autor: Oscar Javier Zapata Hincapie

SUEÑOS

Me encontraba cerca a la Estación Palos Verdes del Metroplus, me dirigía a ella
por el sur cuando observé que la puerta de atrás estaba abierta, entonces ingrese
por allí; en la Estación había cámaras de seguridad, me fui a devolver para salirme
y la puerta se cerró, luego comencé a ver mucha gente haciendo uso normal de
la estación, en ella había varias muchachas haciendo su labor de ventas en las
cajas registradoras; el acceso a los vagones del Articulado y de los Padrones
estaba libre, Yo no tenía que hacer ninguna recarga, el paso a los vagones estaba
libre, puesto que me encontraba en el interior de la estación aborde el vagón
con destino hacia las Estaciones rumbo a Aranjuez cuando me fui a bajar en la
Estación Esmeralda fui rodeado por varios señores vestidos todos con chalecos
reflectivos y me volvieron a introducir en el vagón y no me dejaban salir; aunque
el Articulado estaba lleno de gente, que se iban bajando en cada una de las
estaciones, pensaba que el que nada debe nada teme, me empecé a preocupar
demasiado; hasta tal punto que como si se tratara de una especie de portal o
túnel del tiempo, me encontré en el interior de una mina, era una caverna de roca;
estaba con mi novia, vestidos de caqui, con lámparas en los cascos y botas; en la
penumbra se estaban realizando labores de excavación, luego de haber pasado
una maquinaria por el lugar donde nos encontrábamos, alcance a ver algo que
brillaba muy intensamente en la oscuridad, me lance inmediatamente para recoger
ese mineral eran tres trozos dos pequeños del tamaño de dos chumbimbas un
señor los cogió de mi mano para quedarse con ellos el otro trozo de mineral en
forma de prisma del tamaño de un dedo parecido a un cristal de cuarzo era oro
de un amarillo muy intenso el resto del mineral formaba una gran veta que no se
podía recoger manualmente; en ese momento me desperté.

Autor:Adolfo Leon Ramirez Hurtado

La búsqueda de la gema dorada

Ferrio, un hábil minero, creyó por fin encontrar aquello que lo protegería de los vapores tóxicos del Volcán Caolinita, para así ir en busca de la gema dorada del Valle Pirita.

Escuchó de su padre, sobre una sustancia que vigorizaba la excavación de roca. Bajo esta premisa, partió decidido hacia su destino, cuando se encontró en el camino al pequeño Thioxas.

Ferrio le contó sus planes a Thioxas, quien quiso acompañarlo. Ferrio desistió, pues recordó que Thioxas, aunque brillante en ciencia, era torpe cuando se trataba de excavar.

- “No todo se trata de excavar”, agregó Thioxas.

 Ferrio hizo oídos sordos a las palabras de su compañero y abandonó el lugar.

 Antes de llegar al Valle Pirita, Ferrio encontró el Volcán Caolinita en total actividad. El ambiente contenía gran cantidad de vapores tóxicos, que afectaron gravemente a Ferrio.

En su último soplo de vida, Ferrio no desistió y, como último recurso, abrió su preciada sustancia. Dispuesto a beberla, triste la vio desaparecer, volatilizándose al olvido. Cuando estaba a punto de terminar su existencia, vio como una nube se posó sobre su cabeza, haciendo que respirara con facilidad, incluso como si se encontrara en el más fresco y puro bosque. Recobró su conciencia y, con su nueva protección, llegó al Valle y obtuvo su preciada gema.

A la salida, sorprendido vio a Thioxas, el cual le esperaba con una sonrisa y dijo:
 - Te dije que no solo se trata de excavar. Sabía que tu preciada sustancia se volatilizaría con la montaña. No obstante, descubrí que los vapores se pueden atrapar y convertirse en una atmósfera 100% respirable, con esta máquina de mi invención.

Apenado, Ferrio pidió disculpas a Thioxas. Comprendió que hasta el menos imaginable puede aportar valiosa ayuda, solo hace falta escuchar.

(Ocurrió en realidad, en un erlenmeyer doctoral).

Autor: Gerardo Andrés Caicedo Pineda.

El deseo de Abraham

En épocas remotas, cuando se vivía sencillamente y la única preocupación era obtener el
sustento de cada día, Abraham, un niño de apenas 11 años, empezaba a mostrar interés por
conocer más allá de lo que le permitían ver sus ojos. Abraham era un niño intrépido y
audaz, percibía el mundo de una manera distinta a como lo hacían las demás personas de su
aldea. Jugaba con su mente, o más bien, su mente jugaba con él. Las tardes las dedicaba a
tapar los agujeros hechos por las hormigas, se fascinaba al ver cómo aquellas diminutas
criaturas creaban extensas colonias y sostenían una sociedad fuerte y equilibrada. Al ocaso,
observaba en el horizonte las siluetas de sus criaturas favoritas: las gaviotas. Jugaba a
contarlas mientras volaban incesantemente. Eran sus favoritas porque poseían la cualidad
de ir de una costa a otra, capturando a su paso miles de imágenes de escenarios
extraordinarios. No se imaginó en aquellos tenues crepúsculos de otoño, que en algún
momento seguiría su ejemplo: migraría hacia donde su imaginación le abriera paso. Cada
noche, al llegar ese anhelado descanso en el que naufragaba en un mar de armonía y
tranquilidad, soñaba. Soñaba con cascadas enormes, con praderas verdes y con árboles
frondosos y gigantescos. Le encantaba soñar. Cada vez que soñaba deliraba por conocer
algo nuevo. Al despertar sentía satisfacción, y a la vez, impotencia y desilusión por no
poder recordar todo lo que acontecía en su profunda inmersión. Así pasaban sus días.

Una noche, acostado bajo el firmamento, mirando intensamente hacia el cenit, vio una
estrella fugaz. Era la primera vez que lo hacía. Su cuerpo no reveló ninguna reacción, pero
en su interior, se deleitaba con una lluvia de emociones. ¡Era increíble lo que la naturaleza
podía mostrarle! Cada expresión de ésta lo deslumbraba. Sin motivo aparente y como una
idea espontánea, decidió pedir un deseo la próxima vez que observara una estrella moverse
en el firmamento. Al caer la noche, se acostaba fielmente bajo la fresca hierba y se
dedicaba a esperar a que alguna estrella fugaz apareciera. Pasaron días y días, Abraham no
perdía su entusiasmo, regresaba cada noche a su lugar privilegiado y esperaba
pacientemente la llegada de aquella estrella. Al soñar, veía nuevos escenarios, paisajes
llenos de color, llenos de ilusión. Soñaba con un vasto océano, azul como cielo de verano,
en cuyas aguas, una manada de delfines exponía la más esplendida escena de libertad. Otras
veces, soñaba con imponentes montañas de picos nevados, elevándose sobre extensas
planicies donde florecían las más hermosas especies de amapolas.

Una noche de invierno, Abraham cerró sus ojos, y al soñar visualizó una horrenda masacre.
Soñó que las hormigas asesinaban cruelmente a las gaviotas. Fue su primera pesadilla. Su
corazón latía rápidamente, estaba desconcertado y confundido, abrió sus ojos de un
pestañeo, y en ese preciso instante, vio una estrella fugaz cruzar el firmamento. Se llenó
aún más de confusión, pidió su deseo, respiró hondo, y al término de su exhalación, volvió
a quedarse dormido. Desde aquel momento, Abraham se adentró en sus sueños. Su deseo se
había hecho realidad, ahora se hallaba explorando los horizontes de su imaginación. Nunca
más volvió a despertar.

Autor:Leonel Alfonso Quiroz Guzman

CAMINARÁS ANTE NOSOTROS

¡¿Dónde estoy?!  ¿Qué está pasando?  ¿Qué hago en la sala?  Claramente me había
levantado, aun dormido, caminé sin notarlo.  Reaccioné con una extraña sensación de
estar hablando con alguien.  Me preguntaba que sucedía, no lo comprendía.  Volví a mi
cuarto, miré el reloj… son las 3am.  Me acuesto en mi cama.  Hubo un silencio
misterioso, el ambiente traía consigo un estado oscuro.  Mi hermano grita desde su
cuarto, es desgarrador, como si su alma fuera arrancada.  Grita inconsolable, pienso en
ir y mirarlo.  Me arrepiento.  Los gritos paran después de un rato.  Miro el reloj… son
las 4 am.  Vuelvo a dormir, un despertar tétrico me recibió.

Es domingo, la noche pasada no fue un viaje acogedor.  Algo pasaría, lo podía sentir en
el aire.  El día es pesado y abrumador.  El cielo se postra negro.  No lo había hecho
desde hace varias semanas.  Llega la noche, y un intento más de dormir en paz.

Abro mis ojos… la sala.  Había vuelto a este lugar sin notarlo.  Alguien se encontraba
conmigo, había hablado con este ser.  Podía olerlo, pero mis ojos me engañaban.  ¡¿Qué
está sucediendo?! – pensaba mientras volvía en mí.  Caminé a mi cuarto, miré el reloj…
las 3am.  Me acosté intentando conciliarme en mi miedo.  El silencio se apodero del
lugar… ¡AHHHHHHHHHH! Los gritos de mi hermano.  Intente ignorarlos.  El tiempo
se encargó de silenciar el lugar.  Mire el reloj… las 4am.  Cerré mis ojos, dormí.

La luz del día penetrando la ventana incomodó mis ojos… sonó el teléfono.  Una voz
temblorosa y llorona se escuchó…

– Hijo mío.

– Madre, ¿Qué sucede?

La voz temblorosa y llorona de mi madre se apodero de ella en un inconsolable
anunciamiento.

– Es tu abuela.  Ha muerto.

Colgué el teléfono.

Viniste por nosotros abuela… y te quedaras con nosotros.

Autor: Fredy Hernan Ordonez Perez 

Colores de adentro

Relucían más que siempre las ovejas, su lana de brillantes colores, amarillos, fucsias, rojos pasión y verdes fofos, un arcoíris encandilante. Resaltaba en el día, era espectáculo en la noche, el campo lleno de manchas fluorescentes. ¿Por qué?

Nacha era una pastorcita de piel blanca, sin coloración alguna, pálida como la niebla. Nacha tenía ovejas de todos los colores, ninguna blanca.

Estas ovejas tenían algo peculiar, su coloración cambiaba según el estado de ánimo de Nacha, cuando ella estaba alegre, sus colores eran claros y brillantes, y cuando estaba triste, sus colores se tornaban oscuros y mates.

Nacha cantaba a toda hora, sonreía alegremente cuando iba por el campo, y eso hacía que sus ovejas estuvieran siempre con su lana reluciente.

Un día, ya no estaba pálida, estaba colorada, su estómago estaba revuelto y su piel erizada, sentía cosas extrañas que nunca antes había sentido. ¿Por qué? ¿Era la mirada del chico que pasaba por su casa y se quedaba mirando hacia la ventana como queriendo arrojar los ojos hasta lo profundo de su casa, o era quizás una de esas nuevas enfermedades que traen las viejas especies como sus ovejas? Pues las de ella, estaban hace tiempo atrás comportándose de un modo extraño, tomando colores distintos, unas veces claros, otras oscuros, unas veces brillantes, otras mates.


Un día, en medio del campo y el pastoreo, Nacha y el chico se conocieron, por casualidad o por intención, ninguno lo supo. El caso es que entre las pláticas, el chico le narró un cuento en el cual dos jóvenes se enamoraron con miradas y juegos, le explicó lo que sintieron, entonces Nacha notó similitud con lo suyo, y lo entendió, estaba sana, y después del primer beso, relucían más que siempre las ovejas. ¿Por qué? Nacha estaba enamorada. 

Autor: Jesús María Carrasquilla Gutiérrez

Un viaje bonito

La piedra brillaba escarlata a sus pies sobre el suelo arenoso del camino. Julio la
miraba aburrido, recién salía de su casa, acalorado y de mal humor. Hacer el viaje
hasta la casa de su madre le hartaba en exceso, pero estaba enferma y lo había
llamado tanto que no le quedaba más remedio que ir hasta allá. Se disponía a dar
el primer paso cuando un crujido de ramas y hojas y pisadas lo sobresaltó. ¿Quién
iba a andar en semejantes parajes selváticos, tan alejados de todo, donde se
había exiliado él mismo años atrás para pintar? Lejos de todas probabilidades, del
clima y del exilio, estaba frente a él Martina. Tenía el cabello trenzado y pegajoso,
una mochila gruesa colgada y una mueca de entre sonrisa y cansancio que la
hacía ver graciosa.

Luego de los saludos y de un primer silencio, la extrovertida chica da rienda suelta
a su memoria y relata a Julio cuentos maravillosos de sus viajes. Y mientras habla,
libre, enérgica, caminan juntos. Viajando se adentran entre las cuevas escondidas
de la selva donde habitan animales desconocidos, pasan por las calles de un
pueblo lejano donde las personas se bañan en aguas cristalinas que caen en
cascada antes de formar piscinas naturales y toman trenes de vagones oxidados
que huelen a tierra y lluvia, pero en los que se está muy cómodo viendo el paisaje.
Y Julio absorto sonríe levemente y Martina lo mira confiada, porque piensa que
ahora el artista ve el arte y que esto de viajar lo era si él quería.

El sol llegó al horizonte y Martina se acomodó la mochila, cansada de tanto viajar.
Se miraron y despidieron como viejos amigos. A Julio le dolían los pies y la piedra
escarlata seguía en el mismo lugar.

Autor:Sara Carolina Bustamante Restrepo