Hacía un calor sofocante.
En ese lugar no cabía un alma más.
Únicamente era consciente de que estaba en la fila, era tan extensa que apenas alcanzaba a
ver el inicio, ni hablar del final. Solo podía imaginar que para lograr una fila tan larga todas
las personas de la tierra deberían estar allí, pero solo eran pensamientos sin importancia,
después de todo, la fila avanzaba rápido.
Solo pasaron 2 años hasta que llego mi turno, la oficina brillaba con un resplandor casi
celestial, el juicio fue rápido. Me fue entregada una llave que podía abrir dos puertas,
aquellos en mi misma situación corrían sin vacilar a la puerta de la que salía una brisa
rejuvenecedora, nadie corría hacia la puerta con olor a azufre. Sin dudarlo dos veces di
media vuelta y salí de allí, sabía que había una alternativa más.
Regrese a la fila interminable y me escabullí entre las personas, pobres, ricos, exitosos,
malvados, todos por el igual en el mismo lugar y la misma situación. Corría guiado por un
instinto natural, no sabía a donde me dirigía pero tenía certeza de que era lo que buscaba.
Extenuado de caminar llegue a un lugar retirado.
Me dirigí a la puerta, la cual estaba custodiada por un hombrecillo encorvado, que me miro
con recelo, hacia milenios no veía un alma por allí, sin una llave propia no le quedaba más
que cuidar dicha puerta.
- Te cambio mi llave por entrar allí - le dije.
Él, libre de su destino y titubeando me dejo pasar. Al entrar, allí estaban mis dos gatas. Sus
ronroneos eran el saludo familiar que tanto anhelaba.
Estaba en el cielo de los animales y entendí, que incluso al final, todo es cuestión de
elección y yo había escogido una eternidad de aventuras gatunas.
“Dedicado a mis dos gatas que llevo en el corazón hasta el final de los tiempos…”
Autor: Luis Adrian Ramirez Tangarife
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