Relucían
más que siempre las ovejas, su lana de brillantes colores, amarillos, fucsias,
rojos pasión y verdes fofos, un arcoíris encandilante. Resaltaba en el día, era
espectáculo en la noche, el campo lleno de manchas fluorescentes. ¿Por qué?
Nacha
era una pastorcita de piel blanca, sin coloración alguna, pálida como la
niebla. Nacha tenía ovejas de todos los colores, ninguna blanca.
Estas
ovejas tenían algo peculiar, su coloración cambiaba según el estado de ánimo de
Nacha, cuando ella estaba alegre, sus colores eran claros y brillantes, y
cuando estaba triste, sus colores se tornaban oscuros y mates.
Nacha
cantaba a toda hora, sonreía alegremente cuando iba por el campo, y eso hacía
que sus ovejas estuvieran siempre con su lana reluciente.
Un
día, ya no estaba pálida, estaba colorada, su estómago estaba revuelto y su
piel erizada, sentía cosas extrañas que nunca antes había sentido. ¿Por qué? ¿Era
la mirada del chico que pasaba por su casa y se quedaba mirando hacia la
ventana como queriendo arrojar los ojos hasta lo profundo de su casa, o era
quizás una de esas nuevas enfermedades que traen las viejas especies como sus
ovejas? Pues las de ella, estaban hace tiempo atrás comportándose de un modo
extraño, tomando colores distintos, unas veces claros, otras oscuros, unas
veces brillantes, otras mates.
Un
día, en medio del campo y el pastoreo, Nacha y el chico se conocieron, por
casualidad o por intención, ninguno lo supo. El caso es que entre las pláticas,
el chico le narró un cuento en el cual dos jóvenes se enamoraron con miradas y
juegos, le explicó lo que sintieron, entonces Nacha notó similitud con lo suyo,
y lo entendió, estaba sana, y después del primer beso, relucían más que siempre
las ovejas. ¿Por qué? Nacha estaba enamorada.
Autor: Jesús María Carrasquilla Gutiérrez
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