Respiro.
Son las 5 de la tarde y el viento sopla fuerte y frío en el alto de Santa
Elena. He pasado el día entre árboles, compañía, tierra y naturaleza. Mis pies
y manos están tenuemente coloreados por el barro que ya se ha secado. Mi mente
está despejada y no hay preocupación alguna que me aqueje, tan sólo aquel deseo
de estar arriba, allá alto muy lejos del suelo y poder caminar a través de la
línea que une dos mundos, dos seres, un fin. ¿Cómo voy a lograrlo? Soy pequeña,
puedo caer y herirme, sólo yo y a la vez todo podría venirse abajo.
La
altura siempre me ha fascinado de distintas maneras porque permite ver las
cosas desde otra perspectiva, dejar atrás el miedo y disfrutar la vista que te
ofrece la vida, mirar arriba y abajo y todo en conjunto, entender que estás
aquí, ahora y nada más importa.
Me
detengo, doy un último vistazo y contemplo la ciudad desde donde mi cuerpo
descansa. Mis manos agarran fuertemente el árbol que me sostiene, y con un
último respiro mis pies soportan el peso mientras suelto cuidadosamente aquella
rama que sobrepasa mi cabeza.
La
línea que me soporta es delgada y larga, tan liviana y libre que el viento la descontrola
y ahora yo también al estar sobre ella. Alzo la mirada y enfoco el punto final
que me resulta tan distante porque apenas comienzo. Tiemblo, tiemblo sin
control, mi cuerpo se une con un solo objetivo y las fuerzas que lo mueven se
concentran hacia abajo. Doy un primer paso, tan frágil pero firme como aquel
que otros ojos contemplaban muchos años atrás.
He
estado arriba hace aproximadamente 10 minutos, aun así parece una eternidad.
Son sólo 8 o 9 las veces que he pisado, sin embargo todo mi cuerpo desprende la
adrenalina propia de cualquier deportista extremo que goza con sobrepasar sus
límites. Voy caminando con cautela como quien no tiene prisa de llegar a algún
lado, mis ojos están cansados porque el viento los lastima con cada ráfaga, las
hojas de los arboles chocan y resoplan estruendosamente y no puedo más. Pierdo
la concentración y mi cuerpo no responde, la fuerza no me alcanza y de repente
estoy fuera, nada me soporta, estoy en el aire, caigo.
Y
el arnés que se aferra a mi pie me devuelve a la vida.
Autor: Catalina Lopera Tobon
Cata, una escritura solvente, limpia, muy legible. Falta fuerza y tensión en el argumento, pero tiene potencia.
ResponderEliminarSaludos.