jueves, 26 de marzo de 2015

SALA DE ESPERA

Después de caminar por un corredor largo y estrecho, que parecia ir al infinito,
llega finalmente, un poco apurado, como quien tiene minutos de sobra en el reloj,
cierra la puerta; es una habitación de lineas y angulos simples, que enmarcan
cada situación y dejan ver el espacio casi en su totalidad. Alza la mirada, hay un
reloj colgado en la pared del frente, la baja lentamente, solo para descubir aquello
que los presentes ya saben, el fin es engañoso y parece extenderse más allá de
nuestra percepción, mira al pequeño ventanal de al lado, sabiendo que es su único
contacto con el exterior. Decide moverse, camina unos cuantos pasos, se sienta,
al costado tiene una mesa, con un feo florero y revistas de cosas que no le
interesan saber, pero que termina por leer en todo caso

-¿Por qué todos me miran? – pensó para sí

Desafortunadamente, no lo miran, es solo una ilusión que tienen estos lugares,
como método de vigilancia colectiva entre los habitantes de turno, es muy
importante que cada uno cumpla con su cita, no vaya a ser que alguien salga
corriendo.

La velocidad del tiempo se altera, transcurre cada vez mas lento, en vez de
avanzar, parece retroceder, solo el reloj y su constante ¡tic-toc! ¡tic-toc! le recuerda
que sigue allí, igual que siempre. Se mueve, la silla es incomoda, se mira los
zapatos, mira al de al lado, al frente, a la pared con los cuadros suspendidos; de
repente, todos miran al mismo punto, alguien nuevo llega, él vuelve al reloj, ¡pobre
hombre, perdido entre objetos y ojos!, el espacio es un contenedor de tiempo y de
realidades, que se dilatan constantemente. Se escucha una voz, que
momentáneamente vuelve todo a su estado normal, alguien dice su nombre, se
para y camina a través de toda la habitación, -Puede seguir- se escucha de nuevo
la voz- cruza otra puerta, han pasado 15 minutos….y yo aún sigo aquí.

Autor: Ana María Arbeláez Giraldo

1 comentario: