Ahí
está, viejo, frágil y casi sin vida, pero aún da cuenta de lo que fue y que
casi nadie recuerda. Sigue inmóvil en medio de los despojos enmohecidos del
pasado, que al igual que él tratan de contar, tal vez en vano, la historia de
la que fueron parte.
Él
es único sobreviviente que fue testigo de aquellos años llenos de vida de esa numerosa, pero ya extinta
familia. Con su lenta y agónica muerte va desapareciendo lo último que queda de
aquel apellido, que hasta hace poco vivía en una vieja, arrugada, amargada y
dulce abuela que murió presa del olvido.
Quizá
él espera el mismo final, aunque se niegue a morir sin ser evocado una última
vez; sin tener la oportunidad de contar una vez más aquella historia fantástica
de la que hizo parte.
Ahí
sigue torcido y maltrecho, con unas cuantas ramas viejas y sin hojas, luchando
por no sucumbir ante el olvido y la inclemencia de la naturaleza que lo reclama
incesante.
Pero…
de la nada y sin esperarlo, un chiquillo se acerca y lo observa un tanto
impactado.
-Papi,
papi, mira éste viejo árbol-
El
padre se da vuelta y al ver la imagen de ese pobre árbol, siente una nostalgia
que le produce un vacío incomodo en el estomago. Se acerca apresurado a su hijo
y lo toma en sus brazos. Comienza a contarle la historia de ese árbol, que
alguna vez escuchó de niño…
Quizá
el viejo y frágil árbol, ahora se disponga a morir… ahora que casi escapó del
olvido…
Autor: Lina Marcela Jiménez Ramírez
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