En una minúscula
sociedad, donde los animales revolotean por doquier sin necesidad de la raza
humana y la naturaleza hace de las suyas en sus estados de ánimo, había un par
de hermanitos conejos muy peculiares llamados Miguel y Gabriela.
Ellos vivían en una casita de paja adornada por la nona
Mira que quedaba en el bosque. Migueel máscurioso, quería llevar a Gaby a la
ciudad para que conociera la barbarie en la que habían convertido gran parte de
su tierra, pero la abuelita, siempre lo jalaba de la oreja y lo sentaba en el
sillón a tejer o a leer un libro conocido como “Purina para vivir, no para
morir”.
Un día, El necio y rebelde Migue, se voló con Gaby para
lograr ir a la ciudad. Cuando tocaron frontera, vieron que había una cerca
alta, y que solo un par de patitas podía sobrepasar. Saltaron con astucia y un
poco de miedo pero llegaron al lado opuesto al que se encontraban.
Cuando de repente entre los edificios, salió corriendo un
monstruo gigante de cuatro patas, con la lengua por fuera y el rabo de lado a
lado. Su nombre era Carlos. Él les dijo que lo sacaran de ese lugar, que era
tan horrible que los humanos lo golpeaban.
Juntos se fueron a buscar más perros, ardillas, y uno que otro gato amable.
Formaron un grupo de protestantes porque no podían permitir
el maltrato. Miguel y las ardillas organizaban las nueces, Gaby las pancartas
de exigencia con los gatos, y Carlos explicaba las latitudes exactas en donde
marcar territorio con su chorrito amarillo.
Al cabo de la lucha, hicieron que los humanos respetaran a
los animales y a sus hábitats,
consiguiendo una vida digna de seres de verdad, aunque la nona los puso a tejer
mucho,por desobedecerla.
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