jueves, 26 de marzo de 2015

CIMARRÓN

Absurdamente para la pequeña ave de brillante amarillo y andar veloz, era en sus momentos de depresión cuando sus captores se fijaban en ella: se acercaban varias veces al día, le refrescaban sus comodidades y alimentos, dejando asomar por exiguo lapso la invitación de la verja abierta, y en sí mismo, la ansiedad indecisa que causa la oportunidad. Sin embargo, cuando la fuerza de la libertad lo albergaba, manifestándola con su melifluo pero rabioso canto, con una intranquilidad que le hacía saltar de aquí para allá, revolcarse en su fuente de agua y asirse de los barrotes con sus paticas en el inútil intento de vencerlos, era ahí, cuando los de afuera se mostraban más indiferentes y hasta complacidos.

 Se pueden preguntar cómo el avecilla que nunca había conocido más allá de su jaula y más necesidad que la de brincar para comer y beber, fuese capaz de experimentar los calientes sentimientos de la emancipación; no se engañen con estos animalitos, porque así como reaccionan, piensan. Me contó el pajarito que fueron precisamente las alas lo que, por primera vez, lo hizo dudar de su condición de condenado. Se preguntaba para qué las necesitaba y a qué se debía el ímpetu vertiginoso que sentía cuando las desplegaba. Fui yo el que, al comprender sus malinterpretados mensajes, le dije que los de su tipo son de los que menos fronteras tienen, que sus dominios comprenden tanto el aire como la tierra y, para algunos, las aguas.

Estaba distraído cuando le abrí la canariera. Debió percatarse de que algo diferente sucedía porque una mano no entró. Viró y advirtió la salida disponible; esperó el bloque que no llegaba. Me aparté y resistí sacarlo a la fuerza. Curioso, se acercó al umbral. Quizá por desperezarse o por honrar a la circunstancia, extendió las alas. La escena merecía estar en un escudo nacional. El clímax del momento pareció disolverse rápidamente por el salto torpe e inseguro. Planeó brevemente; nunca había volado tanto. Se posó en algo que colgaba y daba la impresión de que hacía un cálculo complejo. Contempló embelesado un rectángulo de luz infinita.

Se fue

Autor: Javier Ignacio Herrera Padilla

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