jueves, 26 de marzo de 2015

DESARRAIGO

Finalmente se decidió. Ese día sintió que su cuerpo ya se había fortalecido lo suficiente
después de pasar meses enteros sumergido en la oscura y húmeda caverna. El mundo exterior
se le antojaba inefable, no podía permitir que pasara un día más sin estar allí.
Empezó a golpear las paredes para llamar la atención de quienes vigilaban desde afuera, pero
al principio fue inútil. Intensificó los golpes; golpeó con todas sus extremidades e incluso
con la cabeza, hasta que logró su cometido.

Tras escuchar varios gritos provenientes del exterior se abrió la compuerta. No podía creer
que de verdad lo había conseguido, estaba más cerca que nunca de su meta. Sacó todas sus
fuerzas, esas que había acumulado con el tiempo, y se abalanzó hacia la salida. Trató una y
otra vez, pero parecía no poder hacerlo por su propia cuenta. A pesar de los infructuosos
esfuerzos, jamás renunció a seguir intentándolo.

Su sorpresa fue mayor cuando vio que, desde afuera, unas manos parecían ofrecerle su ayuda
para abandonar la caverna. Al principio fue escéptico, pero tras pensarlo un momento decidió
aceptarlas. Dejó que lo tomaran por el cuello y lo ayudaran a salir de a pocos.

Finalmente se vio afuera de aquel aterrador sitio; su felicidad fue tal que no pudo controlar
el llanto. Y mientras celebraba entre sollozos su triunfo, escuchó la voz de quien lo ayudó a
salir diciendo: - ¡Felicidades mi señora! Su hijo nació sano.

Autor: Juan Esteban Cano Guevara

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