jueves, 26 de marzo de 2015

Kalib

Kalib usaba toda su fuerza, pero sus poderosos músculos no eran suficientes contra media docena de hombres,
mientras veía como otros dos se llevaban a Daliz, su esposa. Uno de los sacerdotes le dijo:

―Recuerda, esto es elección de los dioses, el sacrificio ayudará a nuestro pueblo.

Kalib intentó golpear a aquel hombre pero uno de los soldados se lo impidió, noqueándolo.
Cuando Kalib despertó, ya todos se habían ido de su casa. Al salir, vio que sus vecinos también habían sufrido
una perdida. Kalib pensó que las acciones tomadas por los sacerdotes no tenían sentido, ¿acaso la sangre de
prisioneros y guerreros no era suficiente para saciar a los dioses? Sin perder tiempo, Kalib hizo un llamado a
todos los hombres dispuestos a luchar.

Al otro día, miles de personas se reunieron, alrededor de La Pirámide de Ahau, para los sacrificios. Cuando el
Supremo Sacerdote se disponía a iniciar, Kalib se abalanzó sobre los soldados que protegían la pirámide,
seguido de un centenar de hombres que, gracias a la confusión del momento, no demoraron en vencerlos y
tomar la pirámide. Ya en la cima, Kalib reconoció al sacerdote que le habló el día anterior, esté con voz
temblorosa dijo:

―Estamos condenados, los dioses no nos ayudarán en La Gran Guerra.

Kalib le contestó:

―Hemos estado en guerra con otras castas por años y los dioses nunca han ayudado.

―No entiendes, un enemigo mayor se acerca y los dioses son nuestra única esperanza ―respondió el sacerdote.

Para Kalib solo eran razones tontas, justificando la matanza de inocentes, y junto con sus hombres liberaron a los prisioneros y acabaron con toda la orden de sacerdotes.

Pero lejos de ahí, en las costas del este, unos seres de piel pálida, armadura de metal y llenos de avaricia tocaban
tierra.

Autor:Andres Felipe Hernandez Murcia

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