miércoles, 25 de marzo de 2015

Telaraña.

“...a los ciegos”.

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–Vi– en los surcos de caña ardiente de mis infancias y sobre el cañón magno y foso de
espasmos susurrantes, con sus vientos de hojarasca y rio arrumados y eternos al amor y vida
de este relato. Su carne –un marco de rubores nunca vistos, a veces danzantes sobre la
alborada de caña en época molienda o en una comparsa turba de monos propia de mi sangre
gélida e histórica–.

Mi fatigada estatua de carne y sombras reusó evitarlos y los vio, ambos viejos y fuertes con
su sabiduría de legiones de hombres, con su vos de mágicos silencios, en su lenguaje
misterioso y funcional de una rara transmutación continua y perenne con su propio Karma.
– Amor y vida – pensé – en todo mándala pintándose vanidosos y osados hasta yo creer
que en su libido y arrullo la piedra ama su suelo, paradoja clara de vida inerte y somnolienta.

– ¡Maldición! – exclame– yo tenía mi vida dentro de mí–, la vida siempre andando como
molino en mi espalda que algún día agachara y sepultara su propia sombra y el amor; en ese
pelo juvenil que amo, de piel que fatigo si palpo y de ese beso fuerte en proa de mar oscuro
y abierto de mi cortina de roble y amante. – ¡Estamos enfermos! – Grite angustiado– Nos
conocen amada y nadie guardo acérrima valentía a esta tragedia, y la cuerda que hala su
aliento, hala el mío y la del pájaro de aquellos árboles que vi de niño hasta esa piedra que
ahora veo en este surco gris y velado.

Autor: Francisco Javier Mafla Hernández.

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