Al observar el marco de su realidad, era consciente al fin de su reducida situación al interior del
espejo. Condenado a adoptar la forma de las personas que buscaban su reflejo a diario, había
olvidado su propia forma entre las demandas de sus contrapartes, ajeno a la despersonalización
que significaba para su ser. Contemplaba la habitación sólo a través de la perspectiva que podía
entrever desde los diferentes ángulos de observación, transformando la óptica a voluntad de
acuerdo a su estado de ánimo, el cual, por lo general, dependía de la iluminación que tuviera la
instancia, pues el sol tenía la extraña sensación de una belleza transformadora de su entorno.
Le agradaban la mayoría de sus contrapartes. Había aprendido con ellos que interiorizar un ritual
diario es una práctica que se arraiga sin conciencia, pero con profundidad. Como el padre; después
de afeitarse, tendía a mirarlo a él buscando la aprobación de su apariencia, agachaba la vista, se
llevaba una mano al rostro asegurándose de la nitidez de su cuchilla, lanzaba un guiño y salía de la
instancia, convencido de verse, aparentemente, igual que ayer, sin darse cuenta que el rigor de los
años no se mide a través del tiempo, sino de las emociones expresadas y reprimidas. Por el
contrario él, que había moldeado su apariencia de acuerdo a los caprichos de sus usuarios, seguía
milimétricamente los cambios de estos, notando en cada uno de ellos las veleidades que el pasar
del tiempo imprimía en sus rasgos.
Ahora era el momento de adoptar su propia forma, pues la perspectiva de continuar a la merced
de sus contrapartes era aterradora, por no decir inquietante y deshonesta; ¿Qué pasaría cuando
se dieran cuenta del vacío entre la realidad y sus reflejos?
Autor: Santiago Román Ospina
Me gustó el lenguaje que utilizas. Hay destellos de una buena capacidad de escritura. En lo que respecta al cuento, le hace falta un poco más de acción, de movimiento. Pero está bien.
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