En medio de la nada, destapa una botella de ron y reniega –dejé una vida de lujos, me cansé de fingir todos esos malditos modales, para volverme un pirata y desafiar la furia de los mares, pelear con bandidos, tener la nave más rápida y feroz, para robar las embarcaciones del rey y por supuesto, conquistar hermosas sirenas en agua peligrosas –hace una pausa, alza su botella, bebe unos cuantos tragos y vuelve a recriminarse –maldita sea la hora en que el amor apuñaló mi corazón –.
Había pasado mucho tiempo, intentando escapar de la noche en que sus ojos cayeron prisioneros, de aquella diosa exótica que encontró en un puerto del Caribe. –Mi capitán, si usted continua acercándoseme, probará un veneno del que no podrá escapar, ni con la muerte –fueron las palabras que ella usó, para desafiar el valor de aquel hombre obstinado –con gusto me envenenaré –dijo, con risa sarcástica, porque él, no le tenía miedo a nada y cayó fácilmente en cada movimiento sensual que ella ejecutó, con sumo cuidado; además, esa mirada profunda, su sonrisa y su cabello negro que le llegaba hasta las caderas, le hicieron perder fácilmente la cabeza.
La mañana siguiente, aparte de pagar el alto costo, de pasar la noche más apasionada de su vida, también el corazón le paso factura, tal como ella se lo había advertido, el capitán Paul aquella noche había probado el veneno letal Victoria, que lo mantuvo atrapado en sus encantos, los últimos nueve años.
Terminó su botella de ron y la estrelló contra en el piso –después de todo eres la única mujer a la que he amado –dijo, y le dio la vuelta a su barco, con rumbo al Caribe.
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Ese veneno que nos atrapa a todos...
ResponderEliminarMagnífico
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