El
arte ahora anda de un lado a otro, va caminando con paso ligero y seguro, entra
y sale de iluminados lugares, con aromáticos olores y buena porcelana; ahora se
ha detenido ha visto pasar a Luis su nuevo amigo de aquel mundo social efímero,
con quien últimamente ha hablado y que tan solo ayer ha terminado con el
quehacer del amor; pasa vestido de pantalón blanco y chaqueta negra, su mirada
va dirigida constantemente hacia el suelo, piensa, camina; mientras la lámpara
del camino que comunica facultad con facultad hace que la luz caiga sobre su
espalda cuello y cadera proyectando el suave transitar de un alma herida, de un
sentimiento perdido, del abatimiento que deja un amor fugado, pasa y se
desvanece ante el pasillo, ante la luz y la oscuridad. Ahora es el arte quien
recuerda aquellos instantes de agonía cuando inesperadamente le vio, le vio con
su particular buso gris y su cabello achatado por la gorra que en días fríos
llevaba puesta, en ese instante le amaba y le detestaba y recordó cuando en el
auditorio él tomó su mano y se miraron a los ojos, a la pintura vívida y aún
fresca del interior; así lo recuerda el arte acostado bajo frondosos bambúes
que resuenan con el pasar del viento y aceptando sus sentimientos se da cuenta
que le amaba, pero que debía ser ahora de lejos, pues la decisión de alejarse y
abnegarse en sí mismo era la de él y el arte aceptaba amarle como se le
mostraba, desde la lejanía, la oscuridad, desde los recuerdos . Quiso amarle y
lo hizo, es así como ahora ama a la nada, donde él aún no dice palabra alguna,
aún calla, aún mira desde la esquina desde esa esquina sombría.
Autor: Juan Carlos Ordóñez Reyes
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