Apresuradamente se abrazó a su cobija. Se acercaba el momento, sus manos
temblaban de emoción, de frío, de miedo, de dolor… Infinitas emociones cabían
en su delgado cuerpo, como una espora en el universo, plasmolizada y casi
inviable por el paso de los años.
Ya era la hora, el momento de encontrarse con ella, de ver su rostro florecer bajo
su manto negro. Tan huesudo como lo imaginó durante su larga espera, tan
helado por el frío del invierno.
Tantos inviernos pasaron, tantos años la esperó. La puerta se abrió, ya había
llegado por él.
En un suspiro su pecho se estremeció, vio la luz del sol resplandecer y allí estaba
ella, con su manto favorito en la cabeza y su rostro lánguido y deteriorado por los
años, pero bella como la última vez, aquel día en que fue llevado a prisión.
Autor: Laura Carolina Álvarez Morales
No hay comentarios:
Publicar un comentario